BURDASPAL
INFORMACIÓN GENERAL
Otros nombres: Burdaspar, Urdaspal, Urdaspar.
Ubicación
Lugar del municipio de Burgui, ubicado en la margen derecha del Ezka, muy cerca de la carretera que va de Burgui a Roncal, a unos tres kilómetros de Burgui.
Historia
Burdaspal es, o fue, una buena finca. Se extiende desde el barranco de Ajanda, al sur, hasta el de Ugañáin, al norte. Es una franja de aproximadamente un kilómetro de terreno llano, bueno para el cultivo teniendo en cuenta la calidad más bien precaria de las tierras de esta comarca. Al oeste confronta con el río Ezka, y al oeste con monte bajo y pinar.
“Los monjes fundadores –escribe Félix Sanz- tuvieron buen ojo para elegir el terreno de la primera abadía del valle… Hasta contaba con una hermosa fuente, la del “Caserío”, de la que los monjes podían abastecerse en el estío”.
En el centro de esta finca, a la altura de lo que hoy se denomina la “revuelta del Caserío” en la carretera hacia Roncal, a unos cien metros al este de una borda, hoy abandonada, se hallaba lo que primero fue el monasterio y después el palacio de Burdaspal.
Monasterio.- Acogió al monasterio benedictino de Urdaspal, que fue visitado a mediados del siglo IX por San Eulogio de Córdoba cuando era abad Dadilano, al que menciona en la carta que escribió a Guillesindo, obispo de Pamplona. Tuvo San Eulogio “ocasión de admirar el espíritu de humildad y obediencia que animaba a los monjes y también su cultura literaria”, según escribe Lacarra.
Todo hace indicar que el monasterio no debía de ser muy grande. Presumiblemente estaba formado por un pequeño grupo de monjes y por algunas familias de criados encargadas del ganado y de las labores agrícolas.
Poseían los monjes algún cubilar para el ganado, un molino, huerta y árboles frutales, incluso algo de viña que les servía para elaborar vino.
Conviene tener en cuenta que en aquella época la localidad de Burgui era tan sólo uno de los pequeños núcleos de población (Burgui, Segarra, Uli, Urgue, y Cortes) que hoy quedarían integrados dentro de su actual término municipal.
El monasterio se encargaba de cobrar los diezmos, primicias y oblaciones de las iglesias que había en estas cinco poblaciones.
El historiador local Félix Sanz, de Burgui, alude a que con posterioridad a la existencia de esos cinco pequeños núcleos de población, existió la iglesia de Santa María de la Cabeza , ubicada también dentro del actual término de Burgui. Y de esta iglesia nos cuenta este historiador que dicen las crónicas que en el año 1090 el abad de Urdaspal (Burdaspal), un tal Raimundo, “intentó crear, junto a este templo una nueva villa. Para ello el abad dio a un tal Gardelio y a su hijo, clérigo, dicha iglesia; pero parece que el abad trataba de imponer unas obligaciones económicas demasiado rigurosas para los posibles futuros colonos. A quienes fueron a poblar el lugar les otorgaba ‘todo lo que pudierais o pudieran labrar en esas tierras yermas o incultas, y que nos entregueis el diezmo de las mismas’. Pero a la vez exigía a los futuros súbditos otras servidumbres un tanto arbitrarias, como la de trabajar 15 días para el monasterio recibiendo durante la quincena solo pan y vino… Ante tales pretensiones parece que no hubo quien se presentara a solicitar la vecindad para esta futura nueva villa”.
El rey Sancho Ramírez hizo donación de este monasterio el 28 de enero de 1085 al de San Salvador de Leyre, por cuya cesión, después de extinguido y arruinado, se convirtió el lugar en señorío particular.
Es de suponer que desde su vinculación con Leire tuvo un templo dedicado a la advocación de San Salvador, que de alguna manera San Salvador representaba al Cristo triunfante y glorioso del Tabor y la Resurrección.
El monasterio tenía fuera del valle un par de decanías (fincas o iglesias rurales propiedad de un monasterio), que eran las iglesias de Santa María de Olaz, en el valle de Lónguida, y la de San Martín de Ologasti, en la Canal de Berdún, junto a Aso y Miramón.
Señorío.- Burdaspal fue también un señorío, con palacio de cabo de armería y de los de la nómina antigua, con llamamiento a Cortes.
Por lo general las relaciones del señorío de Burdaspal con Burgui no fueron muy buenas, pues la condición de señorío no encajaba con las ordenanzas del Valle de Roncal ni con la condición que gozan los roncaleses de hombres libres, no sujetos a señorío.
El linaje de los Burdaspal estuvo repartido fundamentalmente en las localidades de Burgui, Aoiz, y Peralta; vamos a centrarnos aquí en la rama que permaneció fiel a sus raíces, en el propio lugar de Burdaspal.
El primer dueño y señor de Burdaspal que conocemos es Juan de Burdaspal, señor de los palacios y lugar de Burdaspal, de sus términos, y de los bienes agregados de Liédena y de Burgui, quien se preocupó de vincular en mayorazgo sus bienes y apellido al otorgar carta de testamento con fecha 20 de mayo de 1543 ante Juan Pérez de Navascués, notario público y jurado del Reino de Navarra. Este documento nos permite conocer que se casó con doña Grazia, con la que tuvo los siguientes hijos: Juan (su sucesor), Salvador, Cristóbal, Catalina, Blasco (rector del señorío), Marco (fallecido sin tomar estado), y Lucía (fallecida siendo niña).
Ya en el año 1545 nos encontramos con Juan de Burdaspar, señor del palacio de Burdaspal, e hijo del anterior. En aquél momento encontramos al hijo pleiteando con Basilio Burdaspar, rector de la iglesia de Burdaspal y residente en Sangüesa, a causa de varias posesiones, entre ellas una casa en Burgui.
Era el año 1556 cuando Miguel de Andrés, colector del valle de Roncal, se mete en un pleito con Juan de Burdaspar, señor del palacio de Burdaspal, a causa del impago de 4 ducados y medio de cuarteles y alcabalas.
Al año siguiente, 1557, el valle de Roncal inicia un largo y complicado proceso contra el señor del palacio de Burdaspal exigiéndole el pago de cuarteles y alcabalas como cualquier vecino del valle. Este proceso se alargó nada menos que hasta el año 1643, con el resultado negativo para las pretensiones de los roncaleses, pues la Cámara y Consejos Reales de Navarra, atendiendo a que “la casa de Burdaspal a sido Casa y Palazio de Cauo de Armería de tiempo prescripto e inmemorial, de cuio principio no ha hauido ni ai memoria de ombres en contrario, y en toda la dicha Valle,, por todos los de aquella, ha sido realmente tenido por Palazio y Casa de libertad y no por ottra, no en perjuicio de la dicha Valle sino en honrra della”, tal y como quedó sentenciado en los procesos de 1565 y 1570.
En el año 1560 nos encontramos a Pedro Pérez de Urzainqui, natural y vecino de Urzainqui, envuelto en un nuevo pleito contra Juan de Burdaspar, señor de Burdaspal, “sobre pago de 34 ducados y 12 tarjas de alcance de cuentas y, por vía de reconvención, pago de 8 florines de una obligación”.
Juan de Burdaspar, y su hermano Blas, protagonizan en 1570 un nuevo pleito contra Sancho Ledea y otros vecinos de Burgui, a quienes reclama que le paguen una indemnización por los daños que los ganados de estos han causado en sus piezas.
A Juan le sucede su hermano Blas de Burdaspal, que ocupó el cargo de señor durante muy pocos años, tiempo suficiente para pactar con el Valle los derechos de peaje, correspondientes a sus jurisdicciones.
Tras su fallecimiento le sucede en el cargo Domingo de Burdaspal, Señor de Burdaspal y de Liédena que se casó con doña Águeda de Garat, en cuya casa solariega de Urzainqui nació posteriormente el famoso capitán don Raimundo Necochea de Iñiguez, que pasó a la posteridad por haber sido la persona que capturó en el Perú al rebelde emperador inca Tupac Amaro.
En 1577 el señor de Burdaspal era Fernando de Burdaspar, de quien sabemos que era hijo de Águeda de Olleta, y que compartió el título con su hermano Miguel de Burdaspal y Garat, que casó con María Fernández de Urniza (hija de Miguel y de Ana Fernández de Ardanaz).
Una multa por desacato al juez de insaculación le pusieron en 1608 al vecino de Aoiz Miguel de Burdaspar, que en ese momento ostentaba los títulos de señor de los palacios de Burdaspal y de Liédena.
Le sucede su hijo José de Burdaspal y Fernández de Urniza, que fue Diputado de las Cortes celebradas en 1642.
En el año 1630 nos encontramos con un pleito que enfrenta a Ana María Fernández, viuda de Domingo de Burdaspal, y que se autotitula señora de Burdaspal, con la villa de Burgui “sobre ejecución por 830 ducados de venta de 830 robos de trigo”.
En 1643 José de Burdaspar, señor del palacio de Burdaspal, pleitea contra Pedro de Vergara, vecino de Urzainqui, “sobre ejecución de un vedado por 28 ducados de réditos de un censo de 120 ducados de préstamo”. Tres años más tarde contrae matrimonio con Josefa de Acedo y Romeo, de Tiebas. Residen en Aoiz.
Es en el año 1651 cuando vemos a José de Burdaspar envuelto en un pleito contra el Fiscal del Reino a causa de la “información de cédula real relativa a solicitud de acostamiento de 50.000 maravedís”. En ese momento José de Burdaspar era señor del palacio de Burdaspal (término de Burgui), del palacio de Racas (término de Navascués), del palacio de Guesaleria (en Ochagavía), y de los palaciós de Ustés y de Liédena. Concretamente los palacios de Racas, de Ustés y de Guesaleria, así como las pechas de Cerréncano, con todas sus preeminencias, derecho de asiento en Cortes y acostamiento, las recibió José de Burdaspal tras morir su tío-abuelo, Juan de Racas, sin sucesión; patrimonio este que desde entonces queda incorporado al linaje de Burdaspal.
La cédula de José de Burdaspar, fechada en Madrid el 14 de septiembre de 1653, consignaba su calidad de hijo-dalgo, noble por todos sus abolorios, e informaba que en 1638 había servido, con una compañía de cien hombres, en la villa de Burguete “los cuales levantó en la villa de Aoiz, siendo Alcalde”, y también que había asistido al sitio de Fuenterrabía.
Pero José de Burdaspar no sólo pleiteaba contra los vecinos del valle o contra el Fiscal, ni tan siquiera su propia familia se libraba. En 1665 lleva a su propio hijo ante los tribunales, que se llamaba igual que él, y que además debiera de ser su sucesor; la razón no era otra que la de que su hijo quería tomar a cuenta 700 ducados de los bienes de su mayorazgo para pagar la dote de su hermana Josefa. Le negó a su hijo el derecho de sucesión, muriendo este hijo “sin tomar estado” después de asistir a las Cortes Generales de 1677.
Ese mismo año de 1665 los vemos pleiteando contra el abad de su iglesia, Francisco Girón, a la vez que exigía ser él quien eligiese al clérigo que ejerciese en su iglesia; y en 1666, y durante trece años, José de Burdaspar mete en un proceso a su propio hermano Joaquín a causa del permiso para tomar a censo 500 ducados en su mayorazgo.
En 1672, como una prolongación del pleito que hemos visto en 1643, volvemos a encontrar un pleito que enfrenta a Martín de Arles, presbítero beneficiado de la iglesia de Urzainqui, y cesionario del urzanquiar Pedro de Vergara, con José de Burdaspar, señor de los palacios de Burdaspal (Burgui) y de Racas (Navascués) “sobre ejecución de una heredad por réditos de un censo de 80 ducados de préstamo”.
Dos años más tarde, en 1674, José de Burdaspar, en calidad de señor de los palacios de Burdaspar y de Racas, casado con Josefa de Acedo, pleitea contra Juan Antonio de Acedo, de Tiebas, sobre el pago de 2.500 ducados de dote, ofrecidos en los contratos matrimoniales. Jose de Burdaspar y su mujer vivían entonces en Aoiz.
Cuatro años después, en 1678, vemos todavía a Josefa Acedo, en calidad de viuda de José de Burdaspar, acudir a los tribunales a causa de la demanda interpuesta por su hermano, Juan Antonio Acedo, vecino de Enériz en ese momento y señor del palacio de Iriberri (Leoz); en esta ocasión el pleito era por culpa de 900 ducados de la dote.
Del matrimonio formado por José de Burdaspal y Josefa de Acedo nacieron el ya mencionado José (desheredado) y Teresa.
Así pués, doña Teresa de Burdaspal y Acedo pasa a ser la nueva señora de Burdaspal, y titular de todas las propiedades y mayorazgos que le venían por herencia. Se tiene constancia de que en 1719 hubo un proceso de doña Teresa Burdaspal y Acedo, vecina de Pamplona, dueña del palacio y señorío de Burdaspal, contra el Fiscal y Patrimonial y los jurados, vecinos y concejo de Burgui, para que estos le devolviesen cinco robos y medio de trigo que le exigieron para el pago del cuartel correspondiente a dicho palacio y señorío, por ser libres y exentos de esa contribución desde muy antiguo.
Teresa se casó con Esteban de Echeverría, capitán de Marina, de la casa de Olano, por cuyo matrimonio agregó a los suyos el mayorazgo fundado por él mismo en Pamplona.
Una vez que Teresa de Burdaspal quedó viuda hizo la distribución de sus bienes tal y como había quedado dispuesto por testamento otorgado en 1726 en la ciudad de Pamplona; y esta distribución la hizo entre los siguientes hijos: María, Fermín, y María Bernarda.
Merced a ese testamento el nuevo titular de los palacios y mayorazgos pasa a ser Fermín de Echeverría y Burdaspal (desaparece Burdaspal como primer apellido). Fermín fue Capitán de Dragones con el Marqués de Caylus, asistiendo entre otras a las acciones de Almansa, Lérida y Villaviciosa. Posteriormente, en 1738, fue nombrado Alcalde de Pamplona, en cuya fecha visitó la capital la Reina doña María Ana de Neoburg.
Se casó con Dionisia de Azpilcueta, hija del muy ilustre señor D. Antonio, Consejero de Su Majestad, y de doña Felicia de Iriarte.
De Fermín y de Dionisia nació Antonio de Echeverría-Burdaspal y Azpilcueta.
En el año 1744 nos encontramos con que Antonio de Echeverría y Azpilcueta (obsérvese que ya no utiliza el apellido Burdaspal, al menos en esta ocasión) en calidad de descendiente de la casa de Echeverría en el lugar de Olano (Valle de Ulzama) solicita de las Cortes del Reino que se acredite su nobleza; Antonio de Echeverría era en aquél momento señor de Urdaspal y de los palacios de Racax Alto, Liédena y Ustés. Desde el año anterior venía pleiteando sobre su derecho de asiento en las Cortes Generales.
Antonio de Echeverría asistió a las Cortes de 1757 y 1780; litigó con el valle de Roncal la titulación de su solar (por muerte sin sucesión de doña María Isabel de Acedo), lo que creó una situación anómala e irregular en la que llegó a perder temporalmente la propiedad.
Dentro de la segunda mitad del siglo XVIII figuraba como casero y arrendador del caserío de Burdaspal don Juan Ibañez, quien había dejado este lugar, en alquiler, al mencionado don Antonio de Echeverría y Azpilcueta, vecino este último de Pamplona y de Tafalla.
Lo cierto es que Antonio de Echeverría, tan preocupado por acreditar su nobleza, se las tuvo que ver con la Junta del Valle de Roncal en un pleitó que duró desde 1761 hasta 1798 a causa de la pretendida denominación de “palacio” a la casa de Burdaspal.
En el año 1802 todavía se mantenía como señorío.
Sobre las ruinas del monasterio se levantó una iglesia dedicada a San Salvador, que hacía las veces de abadía rural. Se sabe que a mediados del siglo XIX estaba en ruinas y que del monasterio todavía quedaban algunos vestigios.
Durante buena parte del siglo XX los lugareños conocían a Burdaspal como El Caserío, quizás –según apunta Félix Sanz en su libro “Burgui, un pueblo con historia” (2001)- en recuerdo de las casas de criados y menestrales que debíó haber alrededor de este señorío.
Escudo.- Las armas del palacio y apellido de Burdaspal son: escudo de oro, fajado de cuatro de azur que, con este color, o esmaltadas de sinople, se han usado indistintamente por las diferentes familias originarias de esta casa.
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Burdaspal
URGUE
INFORMACIÓN GENERAL
Ubicación
Se desconoce el lugar donde estuvo ubicado este núcleo de población; tan sólo sabemos que estaba dentro del actual término municipal de Burgui, en el valle del Roncal.
Historia
En los siglos IX y X, al menos, dentro de lo que hoy es el término de Burgui había cinco núcleos de población; sus nombres eran Burgui, Segarra, Uli, Urgue, y Cortes. Todos ellos dependían del monasterio de Urdaspal, o Burdaspal.
La proximidad del reino de Aragón y la orografía del terreno, hizo que en esos montes, igual que pasó en otros muchos sitios, estas pequeñas villas optasen –principalmente por razones de seguridad- por agruparse. En este caso se agruparon todos en torno a la villa de Burgui, reforzándola.
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Urgue
ULI
INFORMACIÓN GENERAL
Ubicación
Se desconoce el lugar donde estuvo ubicado este núcleo de población; tan sólo sabemos que estaba dentro del actual término municipal de Burgui, en el valle del Roncal.
Historia
En los siglos IX y X, al menos, dentro de lo que hoy es el término de Burgui había cinco núcleos de población; sus nombres eran Burgui, Segarra, Uli, Urgue, y Cortes. Todos ellos dependían del monasterio de Urdaspal, o Burdaspal.
La proximidad del reino de Aragón y la orografía del terreno, hizo que en esos montes, igual que pasó en otros muchos sitios, estas pequeñas villas optasen –principalmente por razones de seguridad- por agruparse. En este caso se agruparon todos en torno a la villa de Burgui, reforzándola.
Ubicación
Se desconoce el lugar donde estuvo ubicado este núcleo de población; tan sólo sabemos que estaba dentro del actual término municipal de Burgui, en el valle del Roncal.
Historia
En los siglos IX y X, al menos, dentro de lo que hoy es el término de Burgui había cinco núcleos de población; sus nombres eran Burgui, Segarra, Uli, Urgue, y Cortes. Todos ellos dependían del monasterio de Urdaspal, o Burdaspal.
La proximidad del reino de Aragón y la orografía del terreno, hizo que en esos montes, igual que pasó en otros muchos sitios, estas pequeñas villas optasen –principalmente por razones de seguridad- por agruparse. En este caso se agruparon todos en torno a la villa de Burgui, reforzándola.
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Uli
SEGARRA
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Ubicación
Se desconoce el lugar donde estuvo ubicado este núcleo de población; tan sólo sabemos que estaba dentro del actual término municipal de Burgui, en el valle del Roncal. Todo hace pensar que su ubicación puede estar relacionada con el actual topónimo de Cegarra, que da nombre a un monte de Burgui.
Historia
En los siglos IX y X, al menos, dentro de lo que hoy es el término de Burgui había cinco núcleos de población; sus nombres eran Burgui, Segarra, Uli, Urgue, y Cortes. Todos ellos dependían del monasterio de Urdaspal, o Burdaspal.
La proximidad del reino de Aragón y la orografía del terreno, hizo que en esos montes, igual que pasó en otros muchos sitios, estas pequeñas villas optasen –principalmente por razones de seguridad- por agruparse. En este caso se agruparon todos en torno a la villa de Burgui, reforzándola.
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Segarra
CORTES
INFORMACIÓN GENERAL
Ubicación
Se desconoce el lugar donde estuvo ubicado este núcleo de población; tan sólo sabemos que estaba dentro del actual término municipal de Burgui, en el valle del Roncal.
Historia
En los siglos IX y X, al menos, dentro de lo que hoy es el término de Burgui había cinco núcleos de población; sus nombres eran Burgui, Segarra, Uli, Urgue, y Cortes. Todos ellos dependían del monasterio de Urdaspal, o Burdaspal.
La proximidad del reino de Aragón y la orografía del terreno, hizo que en esos montes, igual que pasó en otros muchos sitios, estas pequeñas villas optasen –principalmente por razones de seguridad- por agruparse. En este caso se agruparon todos en torno a la villa de Burgui, reforzándola.
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Cortes
PEÑA
EL DESPOBLADO DE PEÑA REVIVE POR SAN MARTÍN
Diario de Noticias, 15 de noviembre de 2009
Texto: Fernando Hualde
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El pasado 11 de noviembre, por unas horas, el despoblado de Peña recuperó su pulso vital. Sus vecinos volvieron a ocupar su espacio, se llenó de nuevo el templo, y no faltó el recuerdo a todos los que allí han vivido.
Las casualidades son las casualidades, y no hay que darle más vueltas. Entre mis muchas asignaturas pendientes que yo tengo en mis recorridos por el patrimonio de Navarra, estaba la de visitar el despoblado de Peña, que solo conocía por fotografías y que me parecía, sencillamente, espectacular.
La excursión la proyecté con un amigo para este pasado martes, pero la lluvia nos forzó a retrasarla al día siguiente, que era miércoles y 11 de noviembre. Y allá que fuimos.
De Pamplona a Sangüesa; de “la que nunca faltó” a Gabarderal; y de allí a Torre de Peña, un pequeño poblado por el que pasa la Cañada Real de los Roncaleses, y que sorprende por la gran colección de estelas funerarias que desde hace cuatro décadas decoran el pequeño jardín que hay delante de su iglesia de San Gabriel. Estábamos ya dentro del término de Peña, un término municipal que durante siglos ha tenido un único propietario, y que hace tres generaciones, aun quedando dentro de la misma rama familiar, se dividió en tres partes: Monte de Peña, Sierra de Peña, y Torre de Peña.
Lo cierto es que el guarda de Peña, al ver nuestro coche se acercó interesándose amablemente por nosotros. Le mostramos nuestra intención de dejar el coche allí y, por el camino viejo, subir hasta el despoblado de Peña. Nos dijo que no había ningún inconveniente, y para nuestra sorpresa nos informó que ese era precisamente el día de subir a Peña, pues era 11 de noviembre, fiesta de San Martín, patrón del lugar, y que ese día se abría la iglesia y se hacía una misa honrando al patrón. Estaba claro que, sin quererlo, habíamos elegido muy bien el día.
Los últimos
El camino era estrecho, de esos que antaño llamaban de herradura, pues únicamente se podía transitar andando o con caballerías, y siempre “en fila india”. Y desde allí mismo empezamos la ascensión. Buena parte de la senda discurre bordeando la malla metálica que cierra una de las tres partes de Peña; bordeamos algún sembrado, caminamos entre encinas a la vez que íbamos cogiendo altura, hicimos un alto en el corral que hay a mitad de camino, que por cierto, ¡cuántas casas de Navarra quisieran tener esas piedras de sillería que lucían las paredes del corral!; y es así como, serpenteando con la torre a la vista como regia referencia, llegamos hasta las mismas casas, ya en ruinas, de Peña.
Como era de esperar, en día tan señalado no habíamos sido los únicos en subir hasta allí. Algunos habían subido a pie, como nosotros, y otros en vehículos todoterreno por una de las pistas. Lo cierto es que en aquél templo, que excepcionalmente abría sus puertas ese día –igual que lo hace cada 9 de mayo, San Gregorio-, nos reunimos 29 personas en una eucaristía celebrada por José Mª Marticorena, nuevo párroco de Sangüesa y de Peña, que además era portador de los saludos del Arzobispo para todos los asistentes a ese acto religioso.
La situación era surrealista. La casualidad había querido que fuésemos a Peña precisamente uno de los dos días del año que tiene vida, y además teníamos la suerte de compartir aquella jornada con las últimas personas vinculadas con ese despoblado. De nuevo aquella iglesia estaba llena, de nuevo sonaba bajo esa bóveda el kyrie, de nuevo olía a cera, y de nuevo la figura de San Martín, como tantas veces lo había hecho en otro tiempo, volvía a contemplar a aquellas personas que un día dieron vida a esas casas.
Lamentablemente los amigos de lo ajeno, que encaramándose al tejado, tantas veces habían entrado a esa iglesia buscando no se sabe muy bien el qué, habían forzado a cerrar esa vía de acceso, y en consecuencia ahora no se podían hacer sonar las campanas, lo cual hubiese sido un momento mágico; pero a cambio de eso, Salvador Navarro, encargado de la finca, y nada menos que algo más de sesenta años presente en esos parajes, salió con la campanilla anunciando a los que hasta allí habían llegado que la misa comenzaba.
Era un momento curioso; yo lo valoraba desde la perspectiva de quien va recorriendo todos los despoblados buscando cualquier signo que permita interpretar y recomponer lo que pudo ser la vida en ese lugar. Y lo curioso es que en esa iglesia estaban esa mañana, y en ese momento, todas aquellas personas con las que a mí me hubiese gustado hablar para intentar salvaguardar la memoria de ese lugar. He recorrido decenas de iglesias abandonadas, y era como si alguien me hubiese hecho el regalo de llenarme los bancos de esa iglesia con quienes fueron sus últimos usuarios. No perdí el tiempo. Nada más acabar la misa, mientras se degustaba un generoso lunch a base de pan, chorizo, queso y tallos de espárragos, fui hablando con esas personas.
Allí estaba, entre otros, José Antonio Landa Leoz, un gran conocedor de este lugar, y también la última persona que nació en Peña; esto sucedía un 1 de agosto del año 1939. Llegó a tiempo de ser alumno de la escuela de este pueblo hasta los 8 años de edad. Me contaba que los últimos vecinos de esa localidad habían sido Nicanor Leoz y Asunción Landa, que cerraron la puerta de su casa por última vez en el año 1952. Desde ese año el lugar está despoblado, que esto no quiere decir ni mucho menos que esté abandonado; de hecho la iglesia de San Martín ha conocido arreglos y restauraciones posteriores, incluso la casa Abacial ha llegado a ver cómo su cara externa era rehabilitada muy oportunamente.
El ermitaño belga
Además, en los años sesenta, me recordaba Salvador Navarro, había vivido en Peña un ermitaño de nacionalidad belga; dicen que era pariente, o amigo, de los propietarios de esta finca, monje dominico, y que antes de dedicarse a la vida religiosa había sido ingeniero, pero una descarga eléctrica cuando estaba en una torre de alta tensión le hizo cambiar su vida. Fruto de aquél accidente es que desde entonces tenía que andar con una pierna ortopédica. Era el padre Arnaldo de Liedekerke. Y debo decir que todas las personas con las que hablé en Peña coincidieron, unánimemente, en señalarle como un auténtico santo. Recordaban que se alimentaba exclusivamente de pan, huevos, trigo y leche, que semanalmente le subían los empleados de la finca hasta allí. Fuera de ese contacto los empleados procuraban respetar su vida eremita, y el acuerdo que tenían con él es que si alguna vez no se encontraba bien y necesitaba ayuda, lo único que tenía que hacer era sacar una sábana por la ventana y dejarla colgando. En Semana Santa tenía además la costumbre de no hablar con nadie, eran para él días espiritualmente fuertes, y eso los empleados lo sabían muy bien; de hecho, la comida que se le subía en esos días no la llevaban hasta el despoblado, sino que se la dejaban al pie de una encina que hay en el borde de la pista a unos quinientos metros de la iglesia; y allí acudía el padre Arnaldo a recoger esos modestos alimentos una vez que se aseguraba de que ya no había nadie.
Salvador Navarro recordaba haber conocido en Peña tres casas habitadas: “la del maestro, que era manco, la de Nicanor, y la de Ángel”; incluso recuerda que a Peña iban niños de la localidad aragonesa de Sofuentes, y de Cáseda, a pasar la semana; acudían a esta localidad atraídos por la calidad de la enseñanza.
La casa más grande de este lugar es la denominada Casa Abacial, Uno de los propietarios de esta finca, Beltrán Ibarra, me decía que se desconocía el origen de este nombre, pues la iglesia de Peña nunca había sido abadía, y que es muy posible que tuviese algo que ver con el monasterio que hubo, al menos desde el siglo VIII, un poco más arriba del cementerio, a cuyo frente debió de estar el abad Virila (San Virila), a quien en un momento dado el obispo le mandó trasladarse a Leire para que solucionase un problema que había entre los monjes; acudió allí y lo solucionó con éxito, obteniendo a cambio el beneficio de poder peregrinar a Tierra Santa. En ese viaje ocupó unos años de su vida (se habla de 3 ó 4 años), durante los cuales se produjo en Leire el cambio de orden monástica, por lo que cuando volvió se encontró que en ese monasterio del que él creía ser todavía el abad, los monjes no le conocían. Parece que esto puede ser el origen de la leyenda del abad y el ruiseñor al que estuvo escuchando durante 300 años.
El aviador inglés
Lo curioso es que estábamos allí, junto a la iglesia, hablando después de misa, y era 11 de noviembre. Y si digo que eso es lo curioso es porque hace exactamente sesenta y seis años, en esas mismas y exactas circunstancias, estando los vecinos de charla después de honrar a su patrón, sucedió que oyeron el motor de un avión, sucedió que de inmediato lo vieron, y que vieron que iba en llamas, y que de la cola del aparato colgaba un paracaídas por un hombre cuyo destino no podía ser otro que estrellarse con el avión. Y se estrelló allí cerca, ante la mirada de todos.
Los vecinos rescataron el cadáver. Se trataba de un aviador inglés según rezaba la documentación que llevaba encima, concretamente el capitán Donald Walker, 28 años de edad, de la Royal Air Force; cuyo aparato, un Mosquito había sido alcanzado en Francia por la artillería alemana. Los dos pilotos que allí iban, a pesar de la seria avería, se marcaron como objetivo volar desde las inmediaciones de Toulouse, que es donde les habían alcanzado las tropas de Hitler, hasta España para intentar aterrizar en las llanuras del Ebro, pero la mala fortuna hizo que una vez rebasados los Pirineos el avión se incendiase, así que optaron por saltar en paracaídas; primero lo hizo el copiloto, de apellido Crow, que cayó y se salvó en las inmediaciones de Sos del Rey Católico; y después lo hizo el capitán Walker, con tan mala suerte que el paracaídas se enganchó a la cola del avión, un avión en llamas y sin nadie que lo pilotase.
A aquél hombre le dieron cristiana sepultura en el camposanto de la localidad. Posteriormente su familia visitó su tumba, se le puso una lápida a semejanza de las que se colocaron en Gran Bretaña a todos los caídos en la II Guerra Mundial, incluso enviaban dinero para flores que cada 1 de noviembre fuesen allí depositadas. Cuando Peña quedó despoblado fueron los montañeros de Sangüesa quienes durante un tiempo se ocuparon de subirle unas flores al aviador inglés, y ahora… y ahora son manos anónimas y buenas las que cada primero de noviembre suben hasta ese cementerio y colocan flores en todas las tumbas.
Sobra decir que visitamos la tumba del aviador inglés; no le faltaban flores, ni a ella ni a ninguna. Este es un detalle simple, pero que dice mucho de esos vecinos que allí conocí, personas extraordinarias y de una gran bondad que, sin duda, merecen que se haga un esfuerzo por salvaguardar la memoria de este lugar.
Ya hablaremos otro día de su historia, de su castillo, de su antiquísimo monasterio, de su iglesia, de la familia propietaria, de…; tiempo habrá para hablar de todo esto. Hoy, ahora, tan solo quería dejar constancia de que Peña todavía vive, viven sus raíces, viven los últimos que lo conocieron con vida, y revive cada 11 de noviembre gracias a San Martín, aquél que compartió su capa con un pobre. Hoy tocaba conocer a Peña en su vertiente más humana. Insisto: unas personas extraordinarias.
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Peña
JULIO
INFORMACIÓN GENERAL
Ubicación
Se encuentra este despoblado en el término de Ezprogui, antiguo “Val de Aibar”, ubicado entre la localidad de Moriones y el despoblado de Guetadar. Desde la localidad de Moriones, por delante de su cementerio, sale una pista que pasa por Loya y Arteta, antes de llegar a Julio, que lo encontramos en el lado derecho de la pista debidamente anunciado con el clásico monolito que en su día se puso para anunciar a los despoblados de esta finca.
Historia
Es muy poco lo que se sabe de esta localidad. Además de su condición de señorío, sabemos de Julio que en el año 1802 era uno de los siete lugares que integraban la Vizcaya del valle de Aibar. De esos siete lugares, cuatro (Julio, Usumbelz, Guetadar y Arteta) pertenecían al mayorazgo de Mendinueta. En aquél año contaba este lugar con dos casas habitadas por un total de 18 personas. El gobierno sin embargo era el que tenían allí los señoríos de realengo, es decir, dependía del diputado del valle y de los regidores del lugar, elegidos por los propios vecinos.
Las reformas municipales de 1835-1845 trajeron consigo la disgregación del valle de Aibar como unidad administrativa, y desde entonces el lugar de Julio pasó a formar parte del municipio que hoy se denomina Ezprogui.
En 1845 seguía teniendo dos fuegos; 19 habitantes en 1852; 17 en el año 1887. En los años 1900 y 1910 Julio no figura en los Nomenclátores de población, y sí que lo hace en el de 1920 apareciendo allí como despoblado. Sin embargo en 1930 lo volvemos a ver con 4 habitantes; 1 habitante en 1940; y a partir de 1950 figura ya como despoblado. Sirva como dato para concretar más el momento de su despoblación definitiva que en la Guía de Navarra de 1944 ya no figura como lugar habitado.
Las fiestas de Julio se celebraban el 7 de octubre, festividad de la Virgen del Rosario, limitándose su celebración en las cuatro primeras décadas del siglo XX a un acto religioso y a una comida un poco especial.
Las fiestas de Julio se celebraban el 7 de octubre, festividad de la Virgen del Rosario, limitándose su celebración en las cuatro primeras décadas del siglo XX a un acto religioso y a una comida un poco especial.
En la actualidad Julio pertenece al Patrimonio Forestal de Navarra, integrado en la finca denominada Ezprogui (integrada por los despoblados de Sabaiza, Usumbelz, Guetádar, Julio, Arteta, Loya, Gardalain, e Irangoiti), con importantes masas forestales de roble y de pino laricio, este último de repoblación y silvestre
Estado de conservación
De este lugar podríamos decir que únicamente queda un edificio, que parece que pudo haber sido el principal. Está totalmente hundido su interior, y prácticamente inaccesible. La parte superior del vano de la puerta está compuesta de dos grandes piedras adinteladas, y entre ambas se aprecia la presencia de un buen ejemplar de clavo de forja, tipo tachón, de cabeza redonda. Dentro de la estructura interna de este edificio se observa que las vigas han sido cortadas con motosierra, y posiblemente reutilizadas por alguien que se las llevó.
El edificio no se puede rodear a causa de la maleza; y en el entorno se llegan a ver restos de otras edificaciones más pequeñas (tal vez corrales).
De la segunda casa que hubo en Julio, y de su primitiva iglesia de San Julián (dependiente de la de Guetadar), tan sólo quedan hoy algunas piedras.
Intervenciones patrimoniales
El 27 de octubre se retira de entre las ruinas, para su catalogación y conservación, un ejemplar de teja curva, de hechura rústica, elaborada tal vez en alguna tejería del entorno. Se aprovecha para hacer un amplio reportaje fotográfico que constate el estado de conservación, en esa fecha, de este despoblado.
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ANECDOTARIO
Nevar en Julio
Dentro de lo que es el patrimonio oral se tiene constancia de que a mediados del siglo XX vivía en Lumbier un señor mayor, Hilario Armendáriz Zuazu, que había nacido en este lugar de Julio el 21 de octubre de 1889; y a los niños les decía que él había visto muchas veces nevar en Julio; y ellos le miraban con admiración, sin saber que Julio era el nombre de una localidad, y que nada tenía que ver con el mes séptimo del año.
Documento de Hilario Armendariz
Los últimos
El 26 de diciembre de 1930 nacía en esta localidad Marino Armendáriz Zaratiegui, hijo de Antonio y de Eulalia (esta última natural de Uzquita); fue la última persona que nació en Julio. Acudía Marino a la escuela de Guetadar; y recordaba que su padre acostumbraba a ir periódicamente, con una caballería, de compras a Sangüesa; “regresaba cuando ya era de noche”, rememoraba Marino. Y recordaba también que durante la guerra se trasladaron todos a vivir, temporalmente, a Guetadar, concretamente a la casa de la Abadía; allí le tocó hacer la primera comunión. Finalizada la contienda regresaron de nuevo a Julio. En el año 1940 tomaron la dolorosa decisión de marchar de allí, trasladándose la familia a vivir a San Martín de Unx.
Tan solo quedó en Julio, como último vecino, Delfín Armendáriz (hermano de Antonio y tío de Marino); un personaje tímido, algunos de quienes le conocieron lo describen como huidizo, que se escondía de la gente. Desde San Martín de Unx subían periódicamente a visitarle, y en el año 1943 su familia, al encontrarlo enfermo, le forzó a abandonar el lugar, y lo trasladaron a vivir con ellos. Un mes después la enfermedad pudo con él, y fallecía en San Martín de Unx.
ARTÍCULOS
JULIO, OTRO PUEBLO EXTINGUIDO
En lo que antaño fue la Val de Aibar, en pleno monte de la Bizkaia , todavía hoy pueden llegar a verse los restos de un antiguo núcleo de población en el que desde hace setenta años ya no vive nadie. Su nombre es Julio.
Hace unas cuantas décadas, sin llegar al medio siglo, había en Lumbier un señor que solía sorprender a los niños contándoles que él había visto nevar en Julio. Y, ciertamente, aquellos niños lumbierinos se quedaban boquiabiertos oyendo aquello; les parecía sorprendente que aquél señor de la boina hubiese llegado a conocer semejante fenómeno meteorológico en plena estación estival. No sospechaban aquellos mozalbetes que en la Navarra media Julio era algo más que el séptimo mes del año, e Hilario Armendáriz Zuazu, que así se llamaba aquél señor nacido un 21 de octubre de 1889, jugaba con esa baza. Y además tenía razón el buen hombre; él había visto nevar en Julio, su pueblo natal, de la misma manera que estos días del estrenado año 2010 sigue nevando en Julio.
Ubicación
Y estoy convencido que la mayoría de los lectores que hoy leen este reportaje estarán pensando aquello de que “pues yo tampoco sabía que en Navarra hubiese una localidad que se llamase Julio”.
¿Dónde está Julio?. Como referencia tenemos que situarnos, cerca de Aibar, en la localidad de Sada. Desde allí una pequeña carretera nos lleva hasta la localidad de Moriones, término de Ezprogui, antiguo Val de Aibar. Desde esa localidad, por delante de su cementerio, sale una pista que pasa por Loya y Arteta, en dirección a Guetadar. A Julio lo encontramos, después de Arteta, en el lado derecho de la pista debidamente anunciado con el clásico monolito que en su día se puso para anunciar a los despoblados de esta finca. Si no fuese por ese hito anunciador es fácil que a cualquier caminante que pase por allí le pase totalmente desapercibida la presencia a escasos metros de las ruinas de una localidad; la vegetación eclipsa cualquier atisbo de huella humana. Hace muchas décadas que allí ya no vive nadie; ni allí ni en todos esos pueblos del entorno que configuran lo que a nivel popular se denomina La Vizcaya , o La Bizkaia. Probablemente Hilario Armendáriz habría sido una de las últimas personas en nacer allí.
Estado de conservación
De este lugar podríamos decir que únicamente queda un edificio, que parece que pudo haber sido el principal. Está totalmente hundido su interior, y prácticamente inaccesible; las tejas, las piedras, y pequeños restos de la primitiva carpintería, se amontonan en el interior entremezclados con la vegetación. La parte superior del vano de la puerta está compuesta de dos grandes piedras adinteladas, y entre ambas se aprecia la presencia de un buen ejemplar de clavo de forja, tipo tachón, de cabeza redonda. Dentro de la estructura interna de este edificio se observa que las vigas han sido cortadas con motosierra, y posiblemente reutilizadas por alguien que se las llevó; es esta una práctica muy habitual que se da en no pocos despoblados, sobre todo si las vigas son de roble.
El edificio no se puede rodear a causa de la maleza; y en el entorno se llegan a ver restos de otras edificaciones más pequeñas (tal vez corrales).
Las pocas tejas que todavía se ven entre los escombros se corresponden con el prototipo de teja curva, o árabe, pero no son de fabricación industrial, sino rústica, manual, elaboradas probablemente en alguna tejería del entorno. Aprovecho para recordar una curiosidad sobre las tejas curvas; estás tejas se elaboraban antiguamente a mano, y la curvatura se conseguía utilizando la pierna como molde a la hora de darles forma; los tejeros, sentados en una silla, apoyaban la plancha de arcilla sobre su pierna y sobre esta le daban forma; es por ello que las tejas tradicionales son mas anchas de un lado que de otro, la parte estrecha se corresponde con la zona más próxima a la rodilla cuando se moldea.
Historia
Es muy poco lo que se sabe de esta localidad. Además de su condición de señorío, sabemos de Julio que en el año 1802 era uno de los siete lugares que integraban la Vizcaya del valle de Aibar. De esos siete lugares, cuatro (Julio, Usumbelz, Guetadar y Arteta) pertenecían al mayorazgo de Mendinueta. En aquél año contaba este lugar con dos casas habitadas por un total de 18 personas. El gobierno del lugar sin embargo era el que tenían allí los señoríos de realengo, es decir, dependía del diputado del valle y de los regidores del lugar, elegidos por los propios vecinos. Es fácil suponer que el regidor sería siempre de la familia; tan sólo dos casas habitadas no daban para mucho en este sentido.
Las reformas municipales de 1835-1845 trajeron consigo la disgregación del valle de Aibar como unidad administrativa, y desde entonces el lugar de Julio pasó a formar parte del municipio que hoy se denomina Ezprogui.
En 1845 seguía teniendo dos fuegos; 19 habitantes en 1852; 17 en el año 1887. En los años 1900 y 1910 Julio no figura en los Nomenclátores de población, y sí que lo hace en el de 1920 apareciendo allí como despoblado. Sin embargo en 1930 lo volvemos a ver con 4 habitantes; 1 habitante en 1940; y a partir de 1950 figura ya como despoblado. La verdad es que cuesta imaginárselo habitado, sobre todo si tomamos conciencia de que hace unas décadas no existía la pista que hoy recorre toda la zona; yo, incluso, me arriesgo a pensar que en esos pueblos pudo haber nacido gente que a lo largo de toda su vida nunca salió de allí. En fin, que la imaginación es libre.
Sirva como dato para concretar más el momento de su despoblación definitiva que en la Guía de Navarra de 1944 ya no figura como lugar habitado. El 11 de octubre de aquél año de 1944 la Diputación Foral de Navarra compraba los términos de Arteta, Julio, Guetadar y Usumbelz, que sumaban un total de 1.349 hectáreas ; a partir de ese momento, poco a poco se irían comprando nuevos términos del entorno: Sabaiza (927’18 hectáreas) se compró el 13 de mayo de 1960, Loya (208 hectáreas ) se compró el 30 de noviembre de 1963, Gardalain (629’89 hectáreas) pasó a ser propiedad de la Diputación el 2 de octubre de 1964, y la última adquisición fue Irangoiti (330 hectáreas ) el 16 de abril de 1969. Todos estos despoblados, con sus respectivos terrenos, configuran la finca forestal denominada inicialmente Ezprogui –aunque curiosamente el despoblado de Ezprogui queda fuera-, y actualmente llamada finca de Sabaiza; una finca con importantes masas forestales de roble y de pino laricio, este último de repoblación y silvestre.
Es así como Julio, que también da nombre allí a un monte, pertenece hoy al Patrimonio Forestal de Navarra. Vida humana ya no hay, desde hace setenta años, pero… sigue nevando en Julio.
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Julio
ESPILCE
INFORMACIÓN GENERAL
Otros nombres: Aspilce, Espilz, Ezpilce, Ipilce, Izpilde.
Ubicación
Dentro del término de Ezquíroz, en la cendea de Galar, subsiste todavía el topónimo de Espilce, que da nombre a un paraje existente entre las localidades de Esquíroz y de Cordovilla. Tiene bastante fundamento pensar que la antigua ubicación de Espilce se corresponde con ese mismo paraje.
Historia
Vinculado y entroncado en la historia de Esquíroz, hubo en este término una localidad, posteriormente despoblado, de la que sabemos que su nombre era Espilce; si bien hay que dejar constancia de que también llegamos a ver escrito su nombre con las grafías Aspilce, Espilz, Ezpilce, Ipilce e Izpilde. Sabemos que en el año 1214 este núcleo de población era una propiedad privada, perteneciente a Guillermo Assaillit (o Guillén Asalit), siendo comprado ese año por el monarca navarro Sancho VII el Fuerte. En 1313 el lugar de Espilce fue donado a Juan de Rosa, alcaide del castillo de San Martín de Unx; quien a su vez posteriormente lo vendió a Fermín Loys, que ya en el año 1391 figura como propietario del lugar. Su dueño a finales del siglo XV era Jaquemins Loys.
Fue en el año 1406 cuando el rey navarro Carlos III donó la pecha ordinaria de este lugar a Juanot de Ezpeleta durante su vida. Sépase que el susodicho Juanot era hermano de Bernat de Ezpeleta, merino de Olite, caballero mayor del Príncipe de Viana, y hermano segundo de Beltrán, primer vizconde de Valderro y doncel de Carlos III. Es por ello que el rey navarro, considerando los buenos servicios y el linaje de donde descendía Juanot de Ezpeleta, le dio en aquél lejano año de 1406 la casa de Espilz, otra casa en la calle Navarrería de Pamplona, y toda la pecha ordinaria del lugar de Esquíroz; todo ello mientras viviese. La hermana de Juanot, Juana de Ezpeleta, se casó ese mismo año con mosén Pierres de Peralta, matrimonio este que el rey navarro premió con la donación de seis mil florines. Era evidente que a Carlos III los Ezpeleta le habían caído en gracia.
Tuvo que ser otro rey navarro, Juan II, el que en el año 1436 incorporó este término dentro del actual término de Esquíroz.
La iglesia del lugar de Espilce en el año 1448, y por adjudicación directa del papa Martín V, pasó a depender, junto con las de Cordovilla y Esquiroz, de la orden de los hospitalarios de San Juan. La catedral de Pamplona intentó en vano durante mucho tiempo hacerse con la propiedad de esta iglesia.
Se desconoce cuando quedó despoblado, pero por la ausencia de documentos posteriores que garanticen un mínimo censo de población, parece que pudo quedar deshabitado en el siglo XIII, a pesar de que las rentas de sus tierras fueron asignadas a diversos particulares por los sucesivos reyes. Sirva como dato que en el año 1448 ya no figuraba en los documentos ni tan siquiera el caserío.
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