MUGUETAJARRA

INFORMACIÓN GENERAL

19 de marzo de 1981


Ubicación
Se encuentra este despoblado dentro del complejo montañoso de la peña de Izaga. Término municipal de Alzórriz, en el valle de Unciti. Se accede a él desde la localidad de Celigueta (Celigüeta, o Ziligüeta), desde donde una pista, solo apta para todoterrenos, permite acceder hasta este despoblado. Muy importante tener en cuenta que tanto Celigueta como Muguetajarra son hoy fincas particulares con abundante ganado suelto.

Historia
De cara a profundizar en su historia lo primero que hay que tener en cuenta es que a Muguetajarra se le conocía siglos atrás con el nombre de Mugueta; por lo tanto es importante tener en cuenta este detalle para no entremezclar su historia con la del despoblado navarro de Mugueta (valle de Lónguida); pues a nivel documental, en el Archivo General de Navarra no hay marcada ninguna diferencia entre ambos despoblados.
Ya en el año 1056 encontramos las primeras referencias de Muguetajarra, entonces con la grafía Mugueta, como sobrenombre locativo, en relación con su señor Sancho Ortiz. En el Libro del Rediezmo del año 1268 se le asigna una aportación de 16 dineros más 1 cahíz y 1 robo de trigo. Durante toda la Edad Media perteneció al colindante valle de Izagaondoa.
Nunca tuvo Muguetajarra un número de vecinos relevante. Contaba en 1366 con un solo fuego labrador, y en 1427 aparecía como lugar despoblado. En 1845 Madoz sigue aludiendo a él como despoblado; sin embargo en 1887 tenía censados 33 vecinos; en 1920 tenía 35; en 1930 vivía 23 personas; 6 en 1940; 9 en 1950; 6 en 1960; y desde entonces vuelve a figurar como despoblado en todos los censos.
Su iglesia, hoy en ruinas, estuvo bajo la advocación de San Pedro. Alejandra Armendáriz Beorlegui, nacida en 1927 en Guerguitiain, recordaba en una entrevista haber conocido en Muguetajarra a cuatro familias, y cómo los vecinos de Guerguitiain, Celigueta y Alzórriz, gustaban de subir a Muguetajarra el día 29 de abril, fiestas de ese lugar en honor a San Pedro Mártir.


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MUGUETAJARRA
DE ALLÍ AL CIELO


 Texto: Fernando Hualde
Diario de Noticias, 14 de enero de 2012




En una cota bastante elevada de la Peña de Izaga existió hasta hace unas décadas la localidad de Muguetajarra. Hoy sólo quedan sus ruinas.

            Navarra es una de esas zonas en donde, por los motivos que sea, que los habrá, existe un mayor número de despoblados; índice este que solo pueden llegar a igualar provincias como Soria o Huesca, principalmente. Y dentro de Navarra es evidente que la merindad de Sangüesa es quien más ha sufrido la despoblación durante la segunda mitad del siglo XX. Podríamos hablar en esta merindad de decenas de núcleos de población los que en esa mitad de siglo han visto apagarse su vida tras centurias de haberla mantenido. Cada uno de estos pueblos tiene sus causas por las que ha llegado a esta situación; y lo que sí es claro es que cerrar para siempre la puerta de una casa es de las cosas más traumáticas que puede haber, y tanto más si esa casa es además la última que quedaba habitada en el pueblo.
            A partir de ese momento la naturaleza hace todo lo demás; poco a poco las casas se van hundiendo, hasta quedar reducidas a escombros; y poco a poco, demasiado deprisa a veces, la vegetación se apresura a recuperar el espacio que un día el hombre le quitó. La mezcla de ambas cosas es… desoladora. Poco, o nada, se puede hacer para evitar que esos pueblos lleguen a desaparecer. Pero lo que sí se puede hacer, y en ello estamos a través de esta sección periodística, es evitar que la memoria se pierda; se puede recopilar y recoger su historia, salvaguardar sus últimos testimonios de vida, e incluso dejar constancia gráfica de cómo eran estos pueblos antes de extinguirse para siempre.


Dos Muguetas

            Hoy, como tantas veces hacemos, vamos a acercarnos a otro de los muchos despoblados que tienden a desaparecer físicamente. En esta ocasión nos vamos a ir al valle de Unciti, concretamente al lugar de Muguetajarra. El emplazamiento es inhóspito, y es de justicia reconocer que cuesta imaginarse la vida en este lugar. Pero lo cierto es que la tuvo, y durante siglos los vecinos de Muguetajarra y la Peña de Izaga se fusionaron en un binomio que entonces se creía indisoluble. Se encuentra este despoblado dentro del término municipal de Alzórriz; normalmente se accede a él desde la localidad de Celigueta (o Celigüeta, o Ziligüeta, al gusto), desde donde una pista, solo apta pata todoterrenos, permite acceder hasta lo que fueron sus casas. Es muy importante tener en cuenta que hoy, tanto Celigueta como Muguetajarra tienen el acceso restringido, pues son fincas particulares, y con abundante ganado suelto.
            De cara a profundizar en su historia lo primero que hay que tener en cuenta es que a Muguetajarra se le conocía siglos atrás con el nombre de Mugueta; por lo tanto es importante tener en cuenta este detalle para no entremezclar su historia con la del despoblado de Mugueta (valle de Lónguida), pues a nivel documental en el Archivo General de Navarra no hay marcada ninguna diferencia entre ambos despoblados, lo que obliga a estar atentos para no asignar parcelas de la historia de uno al otro, que no sería la primera vez que esto sucede.
            Ya en el año 1056 encontramos las primeras referencias de Muguetajarra, entonces con la grafía Mugueta, como sobrenombre locativo, en relación con su señor Sancho Ortiz. En el Libro del Rediezmo del año 1268 se le asigna una aportación de 16 dineros más 1 cahíz y 1 robo de trigo. Durante toda la Edad Media perteneció al colindante valle de Izagaondoa.
            Nunca tuvo Muguetajarra un número de vecinos relevante. Contaba en 1366 con un solo fuego labrador, y en 1427 aparecía como lugar despoblado. En 1845 Madoz sigue aludiendo a él como despoblado; sin embargo en 1887 tenía censados 33 vecinos; en 1920 tenía 35; en 1930 vivían 23 personas; 6 en 1940; 9 en 1950; 6 en 1960; y desde entonces vuelve a figurar como despoblado en todos los censos.


Últimos vecinos

            Es de sus últimos años cuando se ha tenido oportunidad de recoger algunos testimonios.
            Varios de los vecinos de los pueblos del entorno coinciden en señalar de sus últimos vecinos fue Fernando Armendáriz, seguramente el más conocido; teniendo en cuenta que la iglesia de San Pedro lleva muchas décadas abandonada y en ruinas, Fernando Armendáriz, pese a ello, acudía cada domingo a cumplir con el precepto a la iglesia de Ardanaz, que se encontraba a varios kilómetros de distancia.
            La octogenaria Alejandra Armendáriz Beorlegui, nacida en Guerguitiain, recuerda haber conocido en Muguetajarra a cuatro familias, y cómo los vecinos de Guerguitiain, Celigueta y Alzórriz, gustaban de subir a Muguetajarra el día 29 de abril, fiestas de ese lugar en honor a San Pedro Mártir. Cita ella a casa Faustino, casa Txaso (o Itxaso), “y un poco aparte estaba casa Feliciano”.
            José Mª Eslava Gil, de Indurain, y Domingo Larraya Elizalde, de Iriso, añaden a esta lista el nombre de la cuarta casa, que es casa Fernando, última en quedar habitada, que es donde quedó viviendo el mencionado Fernando Armendáriz con sus hijos. “Los de casa Itxaso se fueron a Turrillas, y los de casa Faustino se fueron a vivir a Guerguitiáin”. José Mª Eslava, que fue alcalde de Indurain durante 39 años, conoce muy bien todos los pueblos y entresijos de su entorno, y recuerda que los de Muguetajarra “vivían de la tierra. Ninguna de estas casas tenía en cultivo menos de doscientas robadas. En el verano venían a Muguetajarra los valencianos, a segar a mano”. Recuerda este informante que los niños de Muguetajarra acudían diariamente a la escuela de Indurain, bajaban por la mañana, temprano, y regresaban a su pueblo, siempre andando, al atardecer, que en invierno significaba al anochecer. No faltaba entre los niños de Muguetajarra y los de Indurain las batallas a bolazos de nieve, “y a la mañana siguiente tan amigos”.
            Otro octogenario, Desiderio Martínez Orradre, de Beroiz, tiene oído que cuando la guerra murió en Muguetajarra un muchacho al que alguien le pegó un tiro cuando iba cargado con un saco; su delito era ser afiliado de la central sindical UGT.
            Pero, sin duda, el personaje más famoso de Muguetajarra fue Miguel Olza Zunzarren, nacido en esa localidad en 1910, y que curiosamente se dedicó al mundo de la tauromaquia, como novillero, y con el sobrenombre de “Vaquerín”. Lamentablemente el 1 de agosto de 1931 fallecía en el Sanatorio de Toreros de Madrid como consecuencia de la mortal cogida de un novillo, dos días antes, en la localidad murciana de Calasparra. El historiador Mikel Zuza Viniegra, descendiente de Zuazu se ha preocupado, y se está preocupando, de recoger con detalle toda su biografía y cuanto material existe en torno a este personaje de Muguetajarra.
            A partir de aquí, los testimonios recogidos hasta ahora nos hablan de la presencia de los vecinos de Muguetajarra en la romería a San Miguel de Izaga. Normalmente en Izánoz se juntaban los penitentes de Indurain, Guerguitiáin, Muguetajarra y Vesolla, y desde allí salían todos juntos; “se ponían primero los de Izánoz, que eran ocho o diez, y ellos marcaban el camino”. Iban cantando oraciones, recuerda José Mª Eslava, “se cantaba la letanía, el Santo Dios, el Padre Nuestro, y el Avemaría; el Santo Dios se cantaba ya en Izaga, y lo cantábamos siempre los de Indurain:

Santo Dios,
Santo fuerte,
Santo inmortal,
 líbranos Señor de todo mal”.

“Al santuario de Izaga entrábamos en procesión. Se juntaba mucha gente. Para cuando los de Indurain llegábamos, los demás pueblos del valle ya habían llegado; y mucha gente salía a la senda, a nuestro encuentro, para entrar a la ermita con los de Indurain cantando la letanía. Una vez que se cantaba la letanía todos juntos, se rezaba un Padrenuestro a San Miguel, después los gozos, y se acababa con un ¡Viva! A San Miguel”.

            Hoy Muguetajarra, deshabitado, con su caserío disperso y en ruinas, reconvertido en finca ganadera, es un paraje silencioso, más alto que ningún otro pueblo de su entorno de Izaga. En poco tiempo ya no vivirá nadie de cuantos le han conocido con vida, y será entonces cuando todos estos testimonios cobren un valor especial; testimonios estos que hoy compartimos, entre otras razones, para que ya nunca se pierdan.


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EN EL CENTENARIO DE 
MIGUEL OLZA ZUNZARREN "VAQUERIN"

Texto: Mikel Zuza Viniegra
(Revista "Club Taurino", 2009) 

 


El pasado tres de marzo se cumplieron cien años del nacimiento del torero navarro Miguel Olza Zunzarren “Vaquerín”. Buen motivo para recordar su esforzada trayectoria por el planeta de los toros.
            Quien habría de ver su nombre anunciado en los carteles de plazas postineras, abrió sus ojos al mundo en 1909 en Muguetajarra, pequeña población en las estribaciones de la peña Izaga, perteneciente al valle de Unciti. Fue bautizado en la aldea cercana de Izánoz (valle de Izagaondoa), y recibió en la pila el nombre de Miguel, que llevaban también su abuelo materno y muchos otros habitantes de la zona, por ser el arcángel quien preside desde su imponente atalaya románica el discurrir vital de sus vecinos. Fue el primer hijo del matrimonio formado por Martín Olza, natural de Lizarraga, y de Alfonsa Zunzarren, natural de Ardanaz. Muy pronto nacerían dos hermanos más: Inocencio y Manuela.     
            En ese mismo entorno en el que muchas generaciones de su familia se habían sucedido,  vivieron todos hasta 1916, cuando decidieron trasladarse a Madrid, concretamente a Torrejón de Ardoz, donde don Martín había conseguido empleo en una vaquería, ocupación que andando el tiempo habría de originar el apodo torero de su hijo Miguel.
            Probablemente el niño llevó siempre dentro de sí la afición taurina, pero es en esos primeros años en Madrid cuando aquella se asienta definitivamente hasta terminar por llevarle, cuando apenas roza la adolescencia y para desesperación de sus padres, a intervenir en capeas  y festejos populares donde en alberos improvisados, y ante bestias cien veces toreadas, va dejando muestras de su arte y valor, adquiriendo la experiencia que le permitirá torear en 1924 su primera corrida en la plaza de Talamanca de la Sierra (Madrid), cuando sólo contaba 15 años de edad.
            Abrirse paso en la profesión no le resultó nada sencillo, más aún en aquellos años en los que la fiesta de los toros vivía su auténtica edad de oro, y los toreros salían hasta de debajo de las piedras. A pesar de ello consiguió ir haciéndose un nombre, y toreó los años siguientes en bastantes plazas, sobre todo en la de Tetuán de las Victorias de Madrid. El 13 de marzo de 1927 debutó en la Plaza de Vista Alegre de Carabanchel, lidiando novillos de Abente que no le permitieron dejar más que pinceladas de su valía. Al año siguiente, el 29 de julio de 1928, consigue alcanzar lo que todo torero sueña: su presentación en la Monumental de Madrid, teniendo por compañeros de terna a José Pastor y a Eladio Amorós. Estuvo tan valiente como de costumbre, y cosechó muchas ovaciones del exigente y entendido público madrileño.
            Es a partir del año 1929 cuando los contratos empiezan a acumularse en la taleguilla de Miguel Olza, que llega a torear 30 novilladas, como él mismo reconoce a “Ch.”, crítico taurino del Diario de Navarra, que le entrevista con gracejo en su edición del 24 de diciembre:
“Tenemos a la vista una estadística de las treinta novilladas que ha toreado en esta última temporada el torero Vaquerín, un pinturero muchacho con deje madrileño y figura de galán joven de compañía teatral de las caras, que días pasados, cuando vino a visitarnos en la redacción, nos dejó estupefactos al saber por él que era navarro.
-¿Pero usted es navarro? –sin querer dar crédito a su acento y a su porte un poco echado “p’alante” que le encontramos.
-Si señor, de Muguetajarra.
-¿Qué, de ahí, un pueblecito pequeño que hay por Izagaondoa?
-Si señor, de ahí mismo, y no crea usted que por casualidad, que mis padres eran también navarros, y hasta mi abuela vive en Idoate.
-¡Su abuela! Nunca lo hubiéramos creído. Y, sin embargo, así tiene que ser porque su nombre y sus apellidos no pueden ser más navarros.
¡Como que se llama Miguel Olza Zunzarren!
Pues este Vaquerín, desconocido de nosotros como torero porque no le habíamos visto y como paisano porque no nos lo habían presentado hasta ahora, tiene una hoja de servicios sin tacha ni mal remiendo, como para hablarse de tú a tú con las figuras más destacadas de la novillería andante. Total 30 novilladas y 46 orejas.
¡Es un tío!-dicho sea en el tono más elogioso de la palabra. ¡Palabra!
            El siguiente es también un buen año para nuestro torero, que en la revista “El Clarín: semanario taurino defensor de la verdad” del 3 de mayo de 1930, contesta de este modo tan torero a la pregunta “¿Cuál ha sido el momento más feliz de su vida?”:
-El día en que mi apoderado don Miguel Torres, me dijo que para el año actual había firmado para mí un capicúa: año 30…, 30 novilladas. Y luego las que yo me gane…
            En esa misma revista, verdadera “hoja de combate taurina”, con cabeceras tan rotundas como éstas: “La propaganda es indispensable para el artista, pero es preciso también arrimarse al toro”, “Exigir chotos es propio de cobardes” o “Quien esté falto de redaños no puede ser torero”, que demuestran que no era publicación que regalase los aplausos fácilmente,  se publica unos meses más tarde un reportaje fotográfico sobre Miguel cuyo pie de foto, como puede leerse en la ilustración, es el siguiente:
“A los aficionados de paladar, a los fetén que chanelan un rato largo de las cosas de toros, brindamos estas tres fotos, en las que un tal Miguel Olza “Vaquerín”, demuestra lo buen torero que es y la clase de arte que se trae. Con cualquiera de estas tres fotos podría el gran Ruano pintar un cartel soberano que serviría seguramente para demostrar, a los muchos enemigos de la fiesta, que el toreo es un arte magnífico y admirable. Y tanto como lo es: no hay más que ver torear a Vaquerín.”
            Y nuevamente “Ch.”, en el Diario de Navarra del 2 de septiembre de 1930 se rinde a la evidencia:
“Vimos una gran novillada en Calahorra y nos dimos el gusto de ver torear a Vaquerín, un excelente novillero navarro, y pudimos comprobar que todo cuanto se dice de él, en su elogio, no es más que la verdad. Es torero fino, banderillea estupendamente y tiene gran dominio de la muleta y el estoque. En sus toros estuvo trabajador y lucidísimo, siendo ovacionado y premiado con las orejas y el rabo del cuarto de la tarde.
Vaquerín es desconocido aquí en Pamplona, a pesar de ser un gran torero, que disfruta de un gran cartel en Madrid. Es un torero de valor y sentido que, como todos, podrá tener más o menos fortuna -esto no depende de la voluntad- pero que siempre sale a la plaza a ganarse a pulso el pan que come.
No como otros, que lo roban.”
            Y el mismo crítico repite su juicio un mes más tarde, el 22 de octubre, cuando describe un encuentro que debió llenar de ilusión a Miguel:
“Y a propósito de torero navarro, tenemos que destacar el papel lucidísimo y de confianza que al lado de Marcial Lalanda hizo como sobresaliente suyo el valiente torero navarro Miguel Olza, Vaquerín. Este novillero, que aunque criado y considerado como de Vallecas, es de Muguetajarra –ahí, cerca de Monreal- de padres y abuelos navarros, con familia que aquí reside, es un torero muy cuajado y de los que más se considera en Madrid.”
El domingo, en Barcelona, intervino con Lalanda en varios quites y banderilleó superiormente por delante de Marcial y alternando con éste en el último toro, siendo aplaudidísimo.
Pues este torero que aquí en Navarra muy pocos conocen, aún está por venir a Pamplona, con las ganas locas que sabemos que tiene por darse a conocer aquí. Ya es tarde para pensar en esta temporada, pero en la que viene, Vaquerín, que es muy buen torero y además torero navarro, será de los que se impongan en todas las plazas que se estimen un poquitín.
Y malo será que la de Pamplona cierre los ojos a su propia conveniencia y al interés que hay por verle torear aquí.”

            1931 empieza también con fuerza. Debe ser el año de su despegue y también el de la anhelada presentación en Navarra, que parece concretarse con la firma de un contrato para las fiestas de agosto en Tafalla, que quizás le sirviese de puente para alcanzar por fin el acariciado sueño de tomar la alternativa en las fiestas de San Fermín de 1932. Sin embargo, un cruel destino le sale al paso y el 28 de julio ha de torear en la feria de la localidad murciana de Calasparra una novillada de la ganadería de Zaballos. Le corresponde en suerte un torazo enorme, de siete años, de los que no se atreven a torear los ases, y que había sembrado previamente el terror en la plaza al saltar al tendido. A pesar de ello no le perdió la cara y lleno de pundonor lo lanceó bien de capa, pero en la suerte de muleta resultó volteado aparatosamente, y el toro, cebándose con mucho sentido en su víctima, le propinó una tremenda cornada en la parte anterior del muslo izquierdo, con tres desgarros interiores que le produjeron tal hemorragia y desmayo que para reanimarle hubo que inyectarle suero y cafeína en  vista de su postración. Fue atendido en la misma plaza por el doctor Serra, que quiso trasladarlo a Murcia, pero la voluntad del diestro fue que le llevasen al Sanatorio del Montepío de Toreros de Madrid, donde fue operado por el doctor Jacinto Segovia, quien al principio creyó que, dada la fortaleza y juventud del herido, su curación sería cosa de 20 días, pero que al no advertir mejoría decidió una segunda intervención que constató la presencia de gangrena gaseosa, certificándose el fallecimiento de Miguel Olza el 1 de agosto, a última hora de la tarde, en brazos de su querida madre y rodeado de su familia y de los miembros de su cuadrilla. Tenía solamente 22 años.
            Su hermano Inocencio, al que había contagiado la afición, y que servía de sobresaliente en su cuadrilla, afectado por la tragedia cambió los trastos de torear por los fogones y sacó adelante un restaurante en Torrejón que homenajea a su hermano desde su mismo nombre: Vaquerín, y donde a día de hoy sus descendientes, además de servir una comida excelente, siguen manteniendo viva la memoria de uno de los contados navarros que merecen una entrada en el Cossío.
            Pero don José María se mostró implacable con Miguel Olza, al que tras unos datos bastante inexactos, que contrastan con los que he recogido en este artículo, despachó con un cruel comentario: “Aunque murió muy joven, sus condiciones y estilo no auguraban, ni mucho menos, una gran figura.”
            En la familia del diestro siempre se ha comentado que ese juicio se debió a cierta inquina personal del escritor al torero, por haberse cruzado una mujer entre ambos, que prefirió antes al matador que al polígrafo. No es fácil saber a 70 años vista qué puede haber de cierto en ello. Lo que sí sé es que nunca han de faltar defensores de la imparcialidad de los criterios taurinos de Cossío, pero que yo estoy obligado a reivindicar la figura y el mérito artístico de Miguel Olza Zunzarren, porque la sangre que empapó la arena de Calasparra es la misma que corre por las venas del que estas líneas suscribe, porque esa abuela que Miguel venía a visitar todos los años a Idoate era también mi bisabuela: doña Manuela Goñi, y porque las fotos y recortes antiguos que mi familia ha conservado desde hace tantos años, junto con los recuerdos de mi padre, Fermín Zuza, primo carnal de Miguel Olza, al que tuvo la fortuna de conocer cuando era niño, son los que me han permitido evocar ahora, cien años después, su estampa de torero de los buenos.
            Muguetajarra es hoy un despoblado cuyas casas se vienen abajo invadidas por la hiedra, de Izánoz ni siquiera eso queda, pero un poco antes de llegar a la cumbre de la peña, la efigie de San Miguel continúa vigilante en su refugio de piedra. Su expresión parece más grave y sombría desde aquel maldito 28 de julio de 1931, cuando no pudo llegar a tiempo de salvar a su paisano: ¡Calasparra queda tan lejos de Izaga!
Pero no por ello olvida a un niño de apenas 7 años que, en el raso de la Cruz, con una manta de pastor por muleta, torea imaginarios morlacos mientras por entre hayas y robles el viento parece entonar “La Gracia de Dios”, y los lirios abanican con su femenino aleteo violeta la faena del maestro en ciernes. Y allá arriba, desde su palco cubierto por bóvedas de cañón y crucería, el arcángel saca de debajo de sus alas tres pañuelos blancos, abriéndole la Puerta Grande.
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MUGUETAJARRA A VISTA DE BUITRE

Fotos sacadas por Iñaki Sagredo el 27 de mayo de 2006














3 comentarios:

  1. muy interesante. mi bisabuela era natural de muguetajarra, y al casarse abandonó el pueblo allá por el año 1900 aprox. Enhorabuena por el blog

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  2. según el diccionario etimologico de los nombres de los pueblos villas y ciudades de Navarra de Mikel Belasko, el significado de Muguetajarra es vasco muga que significa linde y de jarra que es una degeneracion de xarra o zarra, viejo. Su nombre antiguo fue Mugetaxarra, Mugeta la vieja, para diferenciarla de la cercana Mugeta del Valle de Longida.

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  3. Mi abuela también era de muguetajarra y me ha hecho mucha ilusión leer estos comentarios. Gracias y enhorabuena

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