SANTA FE

BASÍLICA DE SANTA FE, ANTIGUA CAPITAL DE URRAUL ALTO



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         Al llegar la primavera parece que el tiempo nos invita a salir, a viajar...; y va siendo hora de que empecemos por conocer nuestra propia tierra, que esconde lugares y rincones tan impresionantes como el que hoy vamos a conocer a través de estas páginas. Allá, entre Aoiz y Lumbier, en Urraul Alto, junto a la pequeña localidad de Epároz se encuentra un conjunto histórico-monumental excepcional. Es la basílica de Santa Fe.

         En varias ocasiones me han pedido los lectores que me ocupe de dar a conocer la historia de este rincón del valle de Urraul. Lo cierto es que la zona está poco poblada; le corresponde a este valle tanto así como un habitante por kilómetro cuadrado. Es una carretera local, estrecha, la que nos permite acceder a él, y, para colmo de males, en sus dos localidades más norteñas, Elcoaz y Adoain, muere la carretera; lo que equivale a decir que no es lugar de paso hacia ningún sitio. Todo ello se traduce en que Urraul Alto es un enclave poco conocido, y la basílica de Santa Fe, pese a su belleza y monumentalidad, adolece del mismo mal.
         Sin embargo, este aislamiento orográfico y geográfico, tiene como contrapartida que estos pueblos de Urraul están muy bien conservados, sin aberraciones arquitectónicas, con casas y con casonas restauradas con mucho gusto, cuidando el estilo de la zona. La otra contrapartida es la paz y la tranquilidad que en este valle se respira, sobre todo, y de forma muy especial, en esta acogedora basílica de Santa Fe, en la que el silencio, durante buena parte del día, es el amo y único habitante del lugar.



Tierra de pardishes

         Siempre se ha oído hablar de la Basílica de Santa Fe de Epároz; sin embargo, lo que mucha gente desconoce es que este conjunto monumental, pese a su proximidad, no está en el término de Epároz sino en el de Ezcániz, un antiguo lugar de Urraul Alto, y también antiguo lugar de señorío nobiliario, que ha quedado despoblado en estas últimas décadas. Precisamente, al quedar despoblado, es cuando la basílica de Santa Fe ha pasado de depender eclesiásticamente, no ya de la iglesia parroquial de San Servando y San Germano –de Escániz-, sino de la de Epároz.
         Sea lo que fuere, y pertenezca a quien pertenezca, lo cierto es que Santa Fe es símbolo y patrimonio del valle de Urraul Alto, no en vano esta basílica se ha perfilado siempre como nexo de unión de todos los vecinos de Urraul Alto, pues hasta ella acuden anualmente en romería, y en ella –como capital que era del valle- se celebraban antaño todas las reuniones de su ayuntamiento. Actualmente, y desde hace casi siglo y medio, la capitalidad la ostenta Irurozqui, en donde está la Casa Consistorial. Curiosamente, mientras esto escribo, manejo en mis manos un mapa de Navarra editado en 1993 por el Departamento de Turismo del Gobierno de Navarra en el que figuran los nombres y la ubicación de algunos despoblados de Urraul, y sin embargo no figura el nombre de Irurozqui, y para colmo de males sigue apareciendo Santa Fe como capital del valle; no pasa de ser una anécdota y un premio a lo que este enclave fue: monasterio, basílica, núcleo de población, casa consistorial, y capital del valle. Lo que importa, y lo que hay que destacar, es la simbología que Santa Fe tiene para los vecinos de este valle de Urraul Alto, valle este que antaño era conocido como tierra de pardishes, o pardixes; con este nombre es como les conocían los vecinos salacencos de Izal y Gallués a los vecinos de Urraul Alto. No llegaba a ser un calificativo despectivo, pero sí que con él denominaban a quienes habían perdido ya el uso de la lengua vasca. No pasó mucho tiempo cuando, los pueblos altos del Salazar, denominaron pardishes a los de los pueblos bajos de Izal, Gallués, Uscarrés, e Igal. Y hoy... todos pardishes, pero con un futuro que empieza a ser esperanzador.
         Retomando el tema, y centrándonos en el conjunto monumental de Santa Fe (que incluye la basílica, el claustro, el hórreo y las construcciones adyacentes), nos haremos eco de la hipótesis de que en sus orígenes esta basílica dependió de la abadía francesa de Santa Fe de Conques; esto explicaría su advocación. A partir de allí lo que sabemos es que este monasterio acogió a una comunidad de monjes cistercienses, y que finalmente la titularidad del mismo pasó del Cister a la Orden de San Juan, es decir, a los sanjuanistas.
         Sabemos también que en el año 1802 la basílica estaba atendida por un prior, el cual era elegido por el propio valle; y que además Santa Fe contaba con la autonomía suficiente como para poseer un molino, a orillas del río Areta, para uso y consumo exclusivo del recinto religioso, exceptuando una pequeña renta que se reservaba siempre para el conde de Ayanz, como pago por sus servicios religiosos.
         En el año 1847, por el diccionario de Madoz, tenemos conocimiento de que su condición de casa consistorial formaba ya parte del pasado; relata Madoz –o su informante- que Santa Fe “servía de punto de reunión a los diputados del valle para tratar de los asuntos gubernativos, y a los eclesiásticos para celebrar sus cabildos”.
         La verdad es que el hecho de que Santa Fe haya llegado a ser monasterio, basílica, y centro administrativo del valle, explica que en tan poco espacio podamos hoy contemplar una iglesia, un claustro monacal, un hórreo, y unas dependencias (estas últimas en proceso de restauración).


Esteban de Adoáin

         Uno de los personajes más emblemáticos de este valle de Urraul Alto es el padre Esteban de Adoáin, un religioso capuchino –sobra decir que era natural de Adoáin- nacido en 1808, y que se caracterizó por su obra misionera. A él le dedicaré en un futuro un reportaje en exclusiva que nos permita a todos conocer con un poco más de detalle tanto su vida como su obra.
         Corría el año de 1876 cuando el padre Esteban de Adoáin, adornado con aquellas prominentes barbas blancas, y después de haber estado predicando en Francia, entró a Navarra, su tierra, con el objetivo de trabajar para la restauración de su orden capuchina y de predicar algunas misiones en los valles del Pirineo navarro, tal y como le había encomendado el Obispo de Pamplona. Dentro de su periplo fue especialmente emotivo el reencuentro con su valle natal, con su familia, y con sus gentes; no podía faltar una predicación suya en el centro espiritual del valle, la basílica de Santa Fe. En esta basílica, y en estos pequeños pueblos, estuvo el de Adoáin entre los días 24 de septiembre y 6 de octubre. Hoy en el claustro de Santa Fe una lápida conmemora aquella campaña misional, y en la sacristía un cuadro de Ciga perpetua la memoria del padre Esteban de Adoáin.



         Hay que dejar volar un poco la imaginación, y tratar de ver cómo era aquella basílica que conoció el conocido capuchino. Las dependencias que hoy conocemos nos transmiten una idea de austeridad total. Una cocina, con su fogón y su chimenea troncocónica, como la que ahora se ha recreado, sería el centro de la vida hogaril, con los alimentos bien a mano, preservados en el hórreo de la humedad y de la acción de los roedores. Resulta fácil imaginarse a aquellos religiosos, con sus largos hábitos, rezando laudes, o vísperas, mientras paseaban breviario en mano por el sencillo claustro monacal, a la vez que el hermano lego, o el cocinero, se esforzaba en sacar agua del pozo –aljibe, para ser más exactos- que había, y hay, en el centro de aquél escenario. Una de las alas del claustro tuvo su sobre piso (hoy sólo se conserva una parte de este), en donde a aquellos frailes me los veo entregados al estudio y a la escritura, manejando viejos legajos de teología, dogmas y moral. Me veo también a aquellos hombres paseando hacia Escániz y cruzando el saludo con el lugareño que guiaba el carro de bueyes a su regreso de Campogrande, o por el camino que sube a Aizkurgi, o meditando sobre lo humano y lo divino sentados allí, en una piedra, en el carasol de Santa Fe. Aunque seguro que no todo era idílica paz para ellos, pues lo cierto es que ha sido tradición en esa zona llevar a los niños llorones a la basílica, pues se decía que una bendición recibida en ese lugar curaba tan terrible mal. Pero su vida religiosa se desarrollaba, fundamentalmente, en la iglesia, un templo de nave única con ábside semicircular, rematada con una torre sencilla que hoy se nos muestra desnuda de campanas. Se dice, y posiblemente con mucho fundamento, que tanto la iglesia como el claustro son de estilo románico, pero lo cierto es que a día de hoy nos ha llegado un conjunto monumental bastante descafeinado, pero no por ello deja de ser bello, armonioso, y mágico. Sí, creo que magia es la palabra que mejor define todo lo que Santa Fe transmite, sobre todo si uno se acerca allí un día cualquiera, soleado y primaveral, sin que sea fin de semana, y no tiene más compañía que las piedras y los pájaros, unos y otros transmitiendo sus mensajes.


Hórreo

         Lo realmente curioso es que, pese a la magia y a la historia que envuelve a la basílica y al monasterio de Santa Fe,  el elemento más conocido de todo este conjunto arquitectónico y monumental es su hórreo. Es uno de los veintidós que nos quedan en Navarra. No muy lejos, sin salir de Urraul, encontramos otro hórreo en Zabalza, el de Estoki; y un poco más hacia la parte oriental, ya en el Valle de Salazar, está el de Izal, del que ya nos ocupamos hace unas semanas.
         El hórreo de Santa Fe es la imagen más conocida de este valle, y a la vez el gran desconocido. Es una construcción atípica por su número de pilares, nada menos que doce (el resto de hórreos que se conservan en Navarra son de ocho pilares), y que en su cara norte nos muestra un arco de entrada de medio punto, mientras que en su cara sur tres pequeñas ventanas facilitaban la ventilación de los alimentos allí depositados. Se me antoja pensar que era algo más, mucho más, que un almacén de grano; que era la despensa alimenticia del monasterio en la que se conservaban toda clase de alimentos, y cerca de la cocina; no había otro sitio ni mejor emplazamiento que ese. Era lo que se llamaba un hórreo comunal, o de diezmo. Y se me antoja, también, imaginarme su interior repleto de grandes cajones de madera (zizkuak) en los que se separaban los diferentes alimentos: trigo, veza, avena, alubias... Resulta llamativo el hecho de que aunque el hórreo estaba en el exterior de la basílica, este se encontraba anexo a esta en un recinto descubierto pero cerrado.
         Dicen los que entienden que esta construcción data del siglo XV. Toda una obra de arquitectura popular, como sucede con casi todos los hórreos, elaborada con rústicas técnicas, pero a la vez con mucha cabeza. Lamentablemente los insectos xilófagos y el abandono que ha padecido durante décadas llevaron a esta construcción al borde de su ruina, pero una oportuna intervención desarrollada durante los años 1980 y 1981 le devolvieron a este hórreo todo su esplendor.



         Finalmente, y para despedir el reportaje, quisiera dedicar unas palabras de recuerdo a don Ignacio Félix San Martín Bacaicoa, sacerdote, impulsor y artífice de toda la obra de recuperación y restauración de Santa Fe. Me consta que trabajó mucho, con sus propias manos, para conseguir que hoy la vieja basílica esté como está. El mejor homenaje que se le puede hacer es un compromiso, efectivo y práctico, encaminado a darle continuidad, desde la administración, a la recuperación de este entorno.
         Y tú, querido lector, no pierdas la oportunidad de acercarte a este lugar. Visítalo con tranquilidad, sin prisa. Déjate enganchar por su magia, por su encanto. Santa Fe, y todo Urraul Alto, son un tesoro a descubrir. No hay rincón feo.


Diario de Noticias, 28 de marzo de 2004
Autor: Fernando Hualde




SANTA FE, EN URRAUL ALTO. NUEVO FOCO TURÍSTICO

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         El conjunto monumental de Santa Fe se nos perfila como un nuevo centro de atracción turística con un futuro prometedor. La apertura de un hotel con encanto en este emplazamiento marca el inicio de una nueva andadura.

         Años atrás, en esta misma sección, nos ocupábamos de dar a conocer la historia de la Basílica de Santa Fe, junto a la localidad de Epároz, en el valle de Urraul Alto. Lo hacía yo entonces con la promesa y el compromiso de volver a incidir en este enclave, pues su historia es rica, tan rica como desconocida.
         Este próximo sábado se inaugura allí un hotel con encanto, la Hospedería Santa Fe, ocupando buena parte de lo que en otro tiempo fueron las dependencias de la basílica. Esto le da un nuevo giro a este entorno. Lo que hasta ahora era un inconveniente para el turismo, es decir, acercarse a un lugar en donde los servicios eran escasos, y en donde la carretera finaliza en las dos localidades norteñas del valle, que son Elcoaz y Adoain; a partir de ahora, con la creación de esta estructura hotelera con capacidad para acoger a los visitantes de la zona, esta enorme tranquilidad de Urraul Alto forzada por una carretera hacia ninguna parte, se reconvierte en un atractivo turístico interesante que, sin duda, va a servir para valorizar una zona necesitada de ello, en donde la situación demográfica hace ya muchos años que había hecho saltar la luz roja.


Conjunto monumental

         Es, por tanto, una buena ocasión para llamar de nuevo la atención sobre este enclave, sobre este conjunto monumental en donde la tranquilidad, la historia y la belleza se han fundido armoniosamente, haciendo causa común. Y es que a Santa Fe hay que ir a sentir, con los cinco sentidos; hay que ir a percibir la historia del lugar, la magia del enclave, la espiritualidad de sus muros; hay que ir a respirar paz, tanto más en estos tiempos en los que vivimos tan deprisa. Además de todo esto, cualquier persona mínimamente sensible, va a saber interpretar todo lo que un hórreo nos dice, o lo que nos dice un claustro, o una ménsula, o una simple puerta. Santa Fe fue monasterio, basílica, núcleo de población, casa consistorial, y capital del valle, de un valle del que es y ha sido siempre su centro geográfico y espiritual. En esta basílica se reunían hasta hace unas décadas los “diputados” de Urraul Alto para tratar de asuntos gubernativos y económicos; y también en ella se reunían los párrocos del valle para celebrar sus cabildos.
         El hecho de que este lugar haya tenido tantas funciones y cometidos explica que en tan poco espacio podamos hoy contemplar una iglesia, un claustro monacal, un hórreo, y unas dependencias, conjunto todo este que configura el patrimonio monumental de Santa Fe. Estamos, por tanto, ante un recurso turístico que había permanecido virgen hasta ahora y que pedía a gritos una intervención inmediata. Ahora hay que saber vender el valle y su entorno, hay que dotarlo de nuevos servicios, de una infraestructura turística más amplia; y ya de paso plantearse la posibilidad de atraer un turismo religioso en torno a la figura del padre Esteban de Adoain, o de un turismo que busque desconectar del ruido y de las prisas, que para esto último Santa Fe es un auténtico paraíso.


Hórreo

         Lo primero que llama la atención en el conjunto monumental de Santa Fe, además de la tranquilidad y de la belleza del entorno –especialmente ahora que va a irrumpir la primavera- es el hórreo, un hórreo de piedra que data del siglo XV. Es este un elemento que es símbolo de la zona, un ejemplo magnífico de arquitectura popular, y que desde un punto de vista etnográfico goza de un valor incalculable; y sin embargo es el gran desconocido.
         El hórreo, por definición, es una construcción de uso agrícola que sirve para almacenar el grano y los productos alimenticios de tal manera que queden preservados de la humedad y de la acción predadora de los roedores. Y este hórreo de Santa Fe, restaurado en los años 1980 y 1981, aunque ya no cumple con la función para la que fue creado, nos habla de una época en la que la agricultura era la base de la vida social; de una época en la que el grano era un verdadero tesoro gastronómico, y había que protegerlo de los ratones y de otros animales; de una época en la que los impuestos, las primicias, los diezmos, se pagaban a la iglesia por el uso de sus campos o como pago de sus servicios; de una época en la que los maestros canteros labraban la piedra a golpe de maza, y ponían tejados de lajas, y redondeaban los tornarratas para que fuesen obstáculos insalvables para los roedores; y de cuando los carpinteros trabajaban la madera sin ponerle un solo herraje de hierro. De todo eso y de mucho más nos habla un hórreo como este de Santa Fe.
         Es una construcción atípica por su número de pilares, nada menos que doce (el resto de hórreos que se conservan en Navarra son de ocho pilares), y que en su cara norte nos muestra un arco de entrada de medio punto, mientras que en su cara sur tres pequeñas ventanas facilitaban la ventilación de los alimentos allí depositados. Se me antoja pensar que era algo más, mucho más, que un almacén de grano; que era la despensa alimenticia del monasterio en la que se conservaban toda clase de alimentos, y cerca de la cocina; no había otro sitio ni mejor emplazamiento que ese. Era lo que se llamaba un hórreo comunal, o de diezmo. Y se me antoja, también, imaginarme su interior repleto de grandes cajones de madera (zizkuak) en los que se separaban los diferentes alimentos: trigo, veza, avena, alubias... Resulta llamativo el hecho de que aunque el hórreo estaba en el exterior de la basílica, este se encontraba anexo a esta en un recinto descubierto pero cerrado.
         No hay que perder tampoco la referencia, a la hora de contemplarlo, de saber que estamos ante uno de los veintidós hórreos que nos quedan en Navarra (no quedan incluidos aquí ni el que hay en Pamplona en la Magdalena, ni el de Uroz, por ser recreaciones posteriores). No muy lejos, sin salir de Urraul, encontramos otro hórreo en Zabalza, el de Estoki; y un poco más hacia la parte oriental, ya en el Valle de Salazar, está el de Izal; sin olvidarnos tampoco del de Erdozain.


Interpretación

         Y esta misma visión retrospectiva, esta interpretación que hacemos del hórreo, podríamos aplicarla a alguna puerta, a las arcadas del claustro, a la portalada de la iglesia, a las ventanas palaciegas (procedentes de las ruinas de una casa solariega y reutilizadas en Santa Fe), y a tantos y tantos detalles que hacen de Santa Fe un conjunto monumental con encanto.
         Es cuestión de cerrar los ojos e imaginarse al padre Esteban de Adoain, capuchino, con sus largas barbas blancas arengando a sus paisanos aquél lejano 24 de septiembre de 1876. Es fácil imaginar aquél ambiente de austeridad que se vivía en esta basílica; no resulta difícil imaginarse a aquellos religiosos, con sus largos hábitos, rezando laudes, o vísperas, mientras paseaban breviario en mano por el sencillo claustro monacal, a la vez que el hermano lego, o el cocinero, se esforzaba en sacar agua del pozo –aljibe, para ser más exactos- que había, y hay, en el centro de aquél escenario. Una de las alas del claustro tuvo su sobre piso (hoy sólo se conserva una parte de este), en donde a aquellos frailes me los veo entregados al estudio y a la escritura, manejando viejos legajos de teología, dogmas y moral. Me veo también a aquellos hombres paseando hacia Escániz y cruzando el saludo con el lugareño que guiaba el carro de bueyes a su regreso de Campogrande, o por el camino que sube a Aizkurgi, o meditando sobre lo humano y lo divino sentados allí, en una piedra, en el carasol de Santa Fe. Aunque seguro que no todo era idílica paz para ellos, pues lo cierto es que ha sido tradición en esa zona llevar a los niños llorones a la basílica, pues se decía que una bendición recibida en ese lugar curaba tan terrible mal. Pero su vida religiosa se desarrollaba, fundamentalmente, en la iglesia, un templo de nave única con ábside semicircular, rematada con una torre sencilla que hoy se nos muestra desnuda de campanas. Se dice, y posiblemente con mucho fundamento, que tanto la iglesia como el claustro son de estilo románico, pero lo cierto es que a día de hoy nos ha llegado un conjunto monumental bastante descafeinado, pero no por ello deja de ser bello, armonioso, y mágico. Sí, creo que magia es la palabra que mejor define todo lo que Santa Fe transmite, sobre todo si uno se acerca allí un día cualquiera, soleado y primaveral, sin que sea fin de semana, y no tiene más compañía que las piedras y los pájaros, unos y otros transmitiendo sus mensajes.
         Y podríamos seguir hablando de la historia de este lugar, de cuando se acude en romería, de las romerías de antaño, de aquella ocasión que fueron los de Lumbier con su alcalde al frente y los lugareños se ocuparon de no dejarle a él un sitio en el banco de autoridades, pues era esta una forma de decirle que ya estaban cansados del trato vejatorio que se les daba en Lumbier a los de Urraul. Y podríamos seguir contando muchos más detalles históricos, o hablar del viejo molino que los monjes tenían a orillas del río Areta, o del origen francés del nombre de Santa Fe, o de mil cosas más.
         Pero lo cierto es que todos estos detalles y aspectos para lo que deben de servir es para que las paredes, los edificios, y el entorno de Santa Fe nos transmita algo. Sin toda esa historia lo que tendríamos ante nuestros ojos sería un conjunto monumental bello y armonioso enclavado en un lugar lleno de paz, que no es poco todo esto, y que ya por sí solo nos invita a acudir a conocerlo; pero a lo que hay que aspirar es a que a través del conocimiento de su historia podamos entender e interpretar cada uno de los rincones y de los detalles de este lugar. Y ya entonces la satisfacción del visitante será completa, eso está garantizado.
         Así pues, sea bienvenida esta iniciativa de impulso al turismo en esta zona. El marco que han elegido para instalar un hotel con encanto es inmejorable, y parten además de un recurso turístico con futuro, sin explotar prácticamente hasta el día de hoy –salvo las visitas guiadas-, y con unas posibilidades por delante que muchos quisieran.


Diario de Noticias, 18 de marzo de 2007
Autor: Fernando Hualde

1 comentario:

  1. Santa Fe de Baratzagaitz. Ese es el verdadero toponimo de este lugar

    Saludos

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