GORRAIZ (EGÜES)

NOTA IMPORTANTE.- Gorraiz tiene en la actualidad varios miles de habitantes como consecuencia de la construcción en ese término de una urbanización de lujo. Este artículo, publicado en 2004, es un homenaje al Gorraiz anterior, para que su memoria no se pierda nunca.


PALACIO DE GORRAIZ. UNA ISLA DE HISTORIA EN EL MAR DE LAS URBANIZACIONES


         Entre modernas urbanizaciones, encima de Olaz, se levanta altivo el torreón del palacio de Gorraiz. Tras sus recios muros, levantados en el siglo XVI y restaurrados en el XX, se esconde una porción de la historia de Navarra a la que un viejo caballero, don Lanzarot de Gorraiz le puso el punto de partida. El punto de llegada lo desconocemos. Su presente pasa hoy por un restaurante.

         El valle de Egüés está salpicado de palacios, de señorío, de caducado realengo, de historia en definitiva. Mendillorri –cuando pertenecía a este valle-, Amocain, Echálaz, Gorraiz, Eransus, Sagaseta, Egulbati... son tan sólo algunos ejemplos del sabor nobiliario de este valle navarro. Todo él está impregnado de historia.
         Hoy nos vamos a cercar a uno de esos palacios, a un palacio emblemático al que algunos, con una respetable visión comercial, le denominan castillo; nada de eso, Gorraiz, de quien vamos a ocuparnos hoy, ha sido siempre un palacio, no nos empeñemos en otra cosa.
         Personalmente, hasta que se urbanizó su entorno, he tenido una cierta querencia hacia este lugar. Allí veía trabajar los campos de cereal –incluido el actual campo de golf-; paseaba por los viejos caminos, lo mismo por el que bajaba a Olaz que por el que iba hasta Badostain; me movía temerariamente entre las ruinas de su vieja iglesia de San Esteban; saludaba a los lugareños; y me admiraba ante el impresionante torreón que, aunque restaurado unos años antes, mostraba claros signos de abandono; no acababa de entender qué hacían las armas del valle de Roncal en aquél escudo armero que lucía Gorraiz en la fachada de su palacio, escudo éste que lo veía repetido, sin salirme del valle de Egüés, junto al retablo de la iglesia de Santa Engracia, en Sarriguren. Luego, más tarde, mi curiosidad me permitió ir hilvanando la historia de este paraje, de esta impresionante extensión de campos. Nunca hubiese sospechado yo todo lo que se le avecinaba. Ni me veía aquél palacio convertido en restaurante, ni me veía aquellos campos atiborrados de lujosas construcciones, ni sospechaba en que iba a llegar el día en el que las ovejas ya no podrían pasturar delante del palacio. Tampoco imaginaba al torreón tocado con un pendón, y mucho menos que todo aquél conjunto de ruinas llegase a conocer la celebración de unas fiestas patronales. Hoy vive gente acomodada y bien posicionada económicamente, pero entonces aquellas gentes que yo saludaba tenían la piel curtida, las manos callosas, y no entendían otro horario de trabajo que el “de sol a sol”. No cabe duda que aquellos eran otros tiempos, no muy lejanos, pero sí muy diferentes. Y Gorraiz, como nadie, ha acusado el cambio. Y también Mendillorri. Por no hablar del cambio que va a conocer Sarriguren, o del que ya conoció Olaz.


Don Lanzarot

         En fin, que vista la realidad de Gorraiz, y como ya me lo creo todo, estoy seguro que llegará el día en el que los vecinos creen su propia comparsa de gigantes, y ya me veo también que el primero de ellos será don Lanzarot de Gorraiz. De esta manera homenajearán a quien un día puso las bases, la primera piedra, en esa tierra que ellos habitan. Tal vez la política llegue a ser la causa de que no llegue ese día, pues el hecho de haber servido don Lanzarot a la causa del Duque de Alba puede tener un precio del que quinientos años después todavía se le pase factura. Es más, pensándolo bien, me lo veo quemado en los futuros carnavales de Gorraiz.
         Y es que los orígenes del lugar, sin poder precisar con más exactitud, se remontan a los años de la conquista de Navarra por parte del Duque de Alba. Sabemos que en 1512 un tal Miguel de Gorraiz abandonó su casa y todas sus posesiones para unirse a las tropas del conquistador. Los propios franceses –supuestos aliados de los reyes de Navarra, después se vio que querían ser tan conquistadores como los castellanos-, en su intento de cercar la ciudad de Pamplona, se ocuparon de derribar la casa castigando así la lealtad de Miguel de Gorraiz a la corona de Castilla. En aquél momento del lugar de Gorraiz solo quedaron un montón de piedras. Tuvo que ser su hijo, el caballero don Lanzarot de Gorraiz, quien se preocupase de levantar, no una casa, sino un palacio en el lugar de Gorraiz. Seguramente que ayudas no le faltarían, pues su apoyo al Duque de Alba estaba más que probado. Baste saber que Lanzarot de Gorraiz participó, siempre en el lado de las tropas castellanas, en la batalla de Noain (30 de junio de 1521), y también en la conquista del castillo de Maya (19 de julio de 1522), incluso en la recuperación de Fuenterrabía (29 de febrero de 1524). No es de extrañar, por tanto, que la corona de Castilla, en concreto el rey Carlos V, premiase la lealtad del palaciano Lanzarot de Gorraiz con una asignación de siete mil maravedís castellanos. Sobra decir que su torre fue respetada, no como otras muchas del viejo reino que se vieron desmochadas o derruidas.

         El belicoso Lanzarot contrajo matrimonio nada menos que con doña Ana de Beaumont, sobrina del Conde de Lerín (atención, que a este ya se le quema en carnavales). Buena pareja para una comparsa.
         Aunque, obviamente, no les conocí, tengo la sensación de que además de ser amigos de batallas y del viejo reino de Castilla, también eran un poco agarrados, económicamente hablando. No me extraña que hiciesen tanta fortuna. Y si no que se lo pregunten a la hermana de Lanzarot, que después de casarse con el olitense Miguel de Miranda, tuvo que pleitear con su hermano en 1533 porque éste se negaba a abonarle los 550 florines que le correspondían como dote de la boda.
         Pero no fueron estos los únicos a quienes tocó pleitear con el palaciano don Lanzarot de Gorraiz. Unas obras que éste hizo en la presa del molino de Huarte hicieron que tanto el pitancero de la Catedral de Pamplona como el abad del monasterio de Leire le llevasen a los tribunales allá por el año 1544. Y estos ejemplos no son más que el principio de una larga serie de pleitos que denotan el carácter guerrero de aquél hombre sobre el que se podría escribir un libro. Juan José Martinena, que será probablemente quien más ha profundizado en su biografía, ha publicado en alguna ocasión que don Lanzarot debió de fallecer hacia el año 1570.
         Lo más curioso es que a don Lanzarot le sucedió su hijo quien llevaba el mismo nombre y que, para colmo de males, había heredado el carácter belicoso de su padre. Los pleitos fueron también una constante en su vida, y sino que se lo pregunten a los vecinos de Olaz, a quienes traía por la calle de la amargura. De los hijos de este hombre, genéticamente guerreros, fue Diego quien se quedó con el palacio, aunque todo parece indicar que por poco tiempo. Aquí se abre una pequeña nebulosa dentro de la historia del palacio de Gorraiz. Y lo único cierto es que su última dueña, de la línea familiar de su fundador don Lanzarot, fue Francisca de Huarte, viuda de Luis de Gorraiz, quien debió de venderlo en los ultimísimos años del siglo XVI, poniendo fin así a la propiedad que durante ese siglo habían ostentado los señores de Gorraiz.


Los Jiménez Eguía

         Con Margarita de Eguía se abría una nueva era dentro de la historia del palacio. Ella era la vuda del comendador don Jimeno Jiménez. El hijo, y sucesor, de esta mujer, Miguel Jiménez Eguía se vio involucrado en el año 1620 en un asunto que le enfrentó con la propia Curia eclesiástica a causa de las cuentas de la iglesia parroquial de Gorraiz. Todo parece indicar que los palacianos no sólo se enfrentaron con la Curia sino que con su propia iglesia parroquial; de hecho, después de haber fallecido en 1623 don Miguel, el abad de la parroquia, don Lope de Huarte, tuvo un pleito con doña Martina Hurtado de Monreal, viuda del difunto Miguel.
         Nos dice Juan José Martinena –a quien debemos la reconstrucción detallada de la historia del palacio- que en el ano 1634 figuraba Diego Jiménez como dueño del palacio. Aquí nos reaparece Diego de Gorraiz, de la familia de los antiguos propietarios, a quien vemos enfrentado, a mediados del siglo XVII, con Diego Jiménez con quien quiso disputar el privilegio de llamamiento a Cortes por parte del Brazo de los Caballeros.
         A partir de este momento, en las puertas del XVIII, aparecen como propietarios los Martínez de Peralta. El propio Martinena nos dice que en 1713 figuraba Juan Antonio Martínez de Peralta como señor de los palacios de Gorraiz y de Oroz Betelu. Por mi parte, que reconozco que la ignorancia –en este caso la mía- es muy atrevida, quiero pensar que no se esté confundiendo aquí al Gorraiz del valle de Egüés con el Gorraiz del valle de Arce, muga este último con el término de Oroz Betelu. Insisto en que mi ignorancia es muy atrevida, tanto más conociendo la trayectoria de Juan José Martinena, que si por algo se caracteriza es por documentar con precisión todos y cada uno de sus trabajos.


De los Navarro Tafalla a los Uranga

         Sea lo que sea, nos encontramos con que a principios de la segunda mitad del siglo XVIII el palacio de Gorraiz es comprado por el indiano Juan Francisco Navarro Tafalla por la cantidad de 17.800 ducados. A este hombre se le cuestionó su nobleza, y tuvo que recurrir a la sangre de sus antecesores, roncaleses, para solicitar en 1760 la gracia de un asiento en Cortes para su palacio de Gorraiz. Para que no quedase ninguna duda hizo poner sus armas en la fachada en un esbelto escudo de piedra. De él paso a su hermana, y de esta a su sobrino Juan Saturnino Gil, y de este –en 1806- a otro sobrino, Manuel Mateo Agreda. Obsérvese que ni Juan Navarro Tafalla, ni su hermana, ni el sobrino de esta habían tenido descendencia. Sí que la tuvo Manuel Mateo, quien pasó la propiedad del palacio a su hijo Manuel Angel, que fallecía este último en 1855 dando pie a la división de la propiedad entre sus hijas Rufina y Benigna. Esta propiedad incluía las propiedades de Gorraiz y de Sarriguren. Lo curioso de este asunto es que una de las hijas hereda tres cuartas partes de la propiedad y la otra la cuarta parte restante.
         En el caso de Rufina, propietaria de la parte mayor, vende en 1881 todos sus bienes a la familia Uranga, y esta misma familia, sin acabar el siglo, se preocupa de comprar la parte restante.

         Entrado ya el siglo XXI nos encontramos con el palacio dedicado a restaurante, un restaurante de calidad. Rodeado por los cuatro costados de lujosas edificaciones. Previamente fue necesario, hacia el año 1975, someter el edificio a una obligada restauración con la que se quiso recuperar su aspecto originario, piedra de sillería y ladrillo, arcadas y garitas.
         Acompañamos este reportaje con un documento excepcional e inédito, todo un regalo para el lector, como lo es el documento gráfico que lo encabeza. La imagen, siempre mejor que el aspecto y la realidad de hoy, nos invita a cerrar los ojos y a imaginarnos aquellos tiempos de don Lanzarot de Gorraiz. Sería bueno que las autoridades del valle de Egüés vayan pensando en conmemorar los quinientos años de su palacio, a la vuelta de la esquina. Tal vez sea entonces el momento de crear esa comparsa de gigantes con don Lanzarot de Gorraiz y doña Ana de Beaumont, eso sí, poniendo siempre por delante la figura egregia de Enrique II, que una cosa es que asumamos la historia, y otra que les demos todas las concesiones.


Diario de Noticias, 25 de enero de 2004
Autor: Fernando Hualde

1 comentario:

  1. Hola: Que historia más interesante. Quiero contarle que aunque no soy de España, si llevo como apellido Gorraiz, mi abuelo fue don Jose Vicente Gorraiz Moriones, inmigrante a America en los principios de siglo XX. Llego a Colombia y se establecio aquí. Gracias a él, hay en este pais una familia llevando este apellido que ha crecido un poco. Por esto, todo lo que se hable o se sepa del origen me interesa sobremanera.
    Gracias, me gustaria recibir su comentario al respecto. Por favor escribame a mi correo alexandragorraiz@gmail.com.

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