LAS ERETAS

NOTA.- Como puede verse en este blog el tema de los despoblados de Navarra se aborda sin límites de tiempo. En este caso nos trasladamos a la Edad de Hierro.


LAS ERETAS, POBLADO DE LA EDAD DE HIERRO


         A muy pocos metros del río Arga, en la misma localidad de Berbinzana, podemos encontrar los restos arqueológicos de un antiguo asentamiento humano de la Edad del Hierro. Hablamos de Las Eretas, un yacimiento que se nos presenta hoy como un recurso turístico con mucho futuro.

         En esta misma sección ya nos acercamos en su día a una parte importante del patrimonio de Berbinzana, en concreto abordamos aquí la historia de su puente y de la bovedaza. En aquella ocasión finalizaba yo el reportaje con el compromiso de acercarme en una futura ocasión a otros aspectos del patrimonio histórico y cultural de esta localidad, y hoy es el momento de cumplir lo prometido.
        Hace unos días, en este mismo periódico, nos encontrábamos con la noticia de que se quería potenciar de cara a este verano el primitivo poblado de Las Eretas, en Berbinzana, como recurso turístico de primer orden. Y la verdad es que no solo me parece muy bien, sino que además quiero aprovechar esta tribuna para sumarme a ese esfuerzo que se está haciendo por dar a conocer este poblado fortificado de la Edad del Hierro.
         Nos empeñamos muchas veces en irnos bien lejos a conocer otros lugares y otras culturas, lo cual no está mal, y es además un buen ejercicio para no creernos el ombligo del mundo. Pero lo que no es de recibo es que por irnos tan lejos, dejemos de visitar lo que tenemos al lado, lo que tenemos cerca, en nuestra tierra. Navarra posee auténticos tesoros desde el punto de vista patrimonial, y bueno es que empecemos a esforzarnos por ir conociéndolos. Y, precisamente, uno de ellos lo tenemos aquí al lado, en Berbinzana; no muy distante del yacimiento de Andión, y no muy distante del dolmen de Artajona, o de su cerco fortificado. Es una excursión de gran interés que realmente merece la pena.


Edad del Hierro


         Las Eretas están en la localidad de Berbinzana, en las afueras de esta población, junto a la Plaza de Toros y junto al puente y, en consecuencia, junto al río Arga. A tan solo 50 kilómetros de Pamplona.
         Desde esta última capital cogemos la carretera nacional 111. A la altura de Puente La Reina, junto a la gasolinera, tomamos la carretera que por Mendigorría nos conduce hasta Larraga, y desde esta localidad otra carretera local nos acerca hasta Berbinzana, nuestro objetivo.
         Puente La Reina, Mendigorría, Andión… son algunos de los enclaves en los que podemos detenernos con la convicción de que vamos a ver cosas interesantes, de que no vamos a quedar defraudados. Pero el plato fuerte de esta excursión vamos a situarlo en Berbinzana, en Las Eretas,  en donde vamos a tener oportunidad de ver algo que no se ve todos los días, algo que nos va a retrotraer al siglo VII antes de Cristo, en la Edad del Hierro, que es precisamente ese periodo que abarca el primer milenio anterior al nacimiento de Cristo hasta la romanización.
         Dicen los entendidos que es precisamente en este periodo cuando encontramos en Navarra los primeros signos de una ordenación del territorio por parte de la población indígena, lo que da pie a un proceso de sedentarización con la formación de aldeas, generalmente fortificadas. Es así pues, en esta época, donde hay que situar el poblado de Las Eretas. Es imporante ser conscientes, por tanto, del significado que tienen esos vestigios que tenemos delante, por cuanto significan y representan.
         Es este un yacimiento en donde se ha sacado a la luz una parte de su recinto amurallado y de sus torres defensivas. Previamente han existido unos años de intensos trabajos y de una investigación concienzuda sobre lo que allí había; trabajo este que ha permitido reconstruir una parte de la muralla allí existente, así como una torre y también una vivienda de aquella época. Culminada esa fase previa, y con muy buen criterio, se ha procedido a musealizar este entorno, con paneles inclusive, y a valorizarlo patrimonialmente, lo que nos permite ahora a los demás poder disfrutar de ese privilegio que es, y supone, deleitarse ante un yacimiento arqueológico excepcional.
         Y cuando digo excepcional, es excepcional. ¿Por qué es excepcional?, pues porque el estilo urbanístico de este poblado rompe, en buena medida, con las pautas que se seguían en otros poblados de la Edad del Hierro. Lo que tenemos en este yacimiento de Berbinzana, cuanto menos, es poco común.
         De entrada estamos ante un asentamiento humano edificado en un terreno llano. Esto, que parece una simpleza, quiere decir que la orografía del terreno no da ninguna facilidad a la hora de fortificar el poblado. Obsérvese que cualquier población fortificada lo que ha hecho es jugar o aprovecharse de las condiciones del terreno para hacer posible una defensa mucho más efectiva.
         En el caso de Las Eretas esta deficiencia la han minimizado gracias a la construcción de un murallón de una gran envergadura, claramente desproporcionado con las edificaciones que protege en su interior.
         Esta muralla, a la que se le calcula una altura que puede oscilar entre los cuatro y cinco metros, rodeaba totalmente el poblado, y además se reforzaba con algunas torres estratégicamente situadas en puntos equidistantes, lo que hacía más difícil todavía cualquier intento de agresión desde el exterior. Quienes hicieron el trabajo de investigación no descartan, además, de que todo este recinto fortificado estuviese complementado en su parte exterior por otros elementos como fosos o como campos de piedras o con pequeñas murallas de estacas de madera.


El poblado y las viviendas

         Si analizamos lo que hay dentro de ese recinto defensivo lo que nos encontramos es con un poblado, no superior a media hectárea de superficie, que se articula en torno a una calle central, y dotado también de un espacio abierto, como si fuese una plaza.
         A ambos lados de la calle encontramos las viviendas, de planta rectangular, y pegadas en su parte final al muro defensivo, y compartiendo entre ellas los muros laterales. Así suelen ser los poblados contemporáneos a este encontrados en el valle del Ebro.
         La gracia de este yacimiento es que en base a los estudios previos sobre otros yacimientos similares y de la misma época, y en base también a los restos que se han podido recuperar, lo que se ha hecho es reconstruir con un alto índice de fiabilidad tres viviendas completas, y con el mismo material que se empleaba entonces. No hay que olvidar que eran casas de tierra, fundamentalmente adobe, cuyas paredes estaban levantadas sobre amplios zócalos de piedra que las protegían de la humedad.
         Sobre estas paredes de tierra se apoyaba la techumbre, construida siempre con materias vegetales, especialmente paja, y sustentada sobre dos traviesas, o vigas, apoyadas en el suelo con unos pies cilíndricos. Todo esto permitía dividir el tejado y el interior de la vivienda en tres partes y en tres estancias claramente diferenciadas: el vestíbulo, la sala principal, y la despensa, situada esta última en la parte colindante con la muralla.

         En la entrada de la vivienda, el vestíbulo, podemos ver en el lado izquierdo un horno doméstico, construido con arcilla refractaria, y una pequeña fosa revestida de barro. Estos hornos son, precisamente, uno de los elementos mas significativos y representativos de este yacimiento.
         Del vestíbulo se accede a la sala principal, algo así como el cuarto de estar, en el que el elemento principal solía ser un hogar situado a una cierta altura del suelo y hecho a base de arcilla. Y por último, al fondo de la vivienda, se situaba la despensa, cuyo mobiliario no solía pasar de un banco, generalmente adosado a la pared de la muralla; en este caso concreto de Las Eretas las investigaciones realizadas permitieron ver que esos bancos de la despensa en su día estuvieron pintados de negro.


Otros hallazgos

         Cuando se intervino sobre este yacimiento arqueológico se puso especial interés en la localización de piezas de cerámica, que son elementos que desde todos los puntos de vista nos aportan abundante información. Hablamos de piezas de vajilla modeladas a mano, pero con la ayuda de una torneta.
         En el yacimiento de Berbinzana, y en los trabajos realizados hasta ahora, se han podido localizar piezas con la superficie totalmente pulida, así como otras que, por el contrario, tenían la superficie sin pulir; esta diferencia se basaba en su distinto uso, en su funcionalidad, pues no era lo mismo una pieza de vajilla para la mesa que una pieza destinada a la cocina o a guardar alimentos.
         Al margen de los vasos y cuencos que se han localizado y catalogado, existen también otros muchos elementos no menos representativos de la cultura de la Edad del Hierro, como lo son las fusayolas para tejer, un molde de fundición para hachas de bronce, agujas, punzones, botones, incluso molinos de mano.

         Lo que hasta la fecha no se ha podido encontrar es la necrópolis de incineración correspondiente a este poblado. Obviamente esta tenía que estar situada fuera del recinto amurallado, y con esta escueta pista no se fácil su hallazgo. En cualquier caso sí que se han podido recuperar, al menos, seis inhumaciones infantiles que se encontraban bajo el suelo de las casas, correspondientes a fetos terminales y a niños recién nacidos.
         Esto nos daría pie a introducirnos en aquella cultura de la Edad del Hierro, previa a la implantación del cristianismo, en donde se establecía la existencia de dos tratamientos fúnebres diferenciados: por un lado la incineración, practicada a todas aquellas personas que habían superado el momento del inicio de la aparición de los dientes de leche; y por otro lado la inhumación, practicada en los fetos y en los niños recién nacidos que no habían llegado a la dentición.

         Bien, toda esta información sobre Las Eretas, tal vez un poco más resumida, es la que se le proporciona al visitante en un desplegable informativo que se obtiene al acudir a este poblado. Ahora sólo nos falta ir allí, contemplar con nuestros ojos esta interpretación de la vida de aquellos que un día, como los actuales vecinos de Berbinzana, se asentaron allí, junto al río, y disfrutaron de los beneficios de este cauce.
         Sería bueno que nos detuviésemos a pensar en la importancia de este yacimiento arqueológico, que nos habla de costumbres, de formas de vida, de materiales, y de tantas y tantas cosas. Este tesoro arqueológico no está en Grecia, ni en Italia, ni en ningún lejano país; está aquí, al lado nuestro, en Berbinzana. Estaría muy bien que este verano nos acercásemos a ver este antiguo poblado, que merece la pena hacerlo. Y sin olvidarnos que en el mismo Berbinzana hay otras cosas interesantes desde el punto de vista patrimonial: la iglesia, el puente, la bovedaza, escudos de piedra, bellos ejemplares de arquitectura rural… Y sin olvidarnos tampoco de que Artajona, Andión, Mendigorría, Puente La Reina… están allí mismo, llamándonos.


Diario de Noticias, 4 de julio de 2005

Autor: Fernando Hualde

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